Tomar café es un gusto cultural. Esa descripción puede sonar demasiado general, pero es justamente esa generalidad cafetera la que me asombra. La verdad es que lo “cultural” realmente es tomarlo.

Es cierto que al pensar en café de inmediato se nos vienen algunos países a la cabeza: Brasil, Turquía, Italia, y bueno, Colombia que bien podría ser el primero, aunque algunas veces creo que es más por costumbre que por números.

El café traspasa fronteras. Cada lugar, cada familia, cada persona tiene su forma de preparar o tomar el café, y eso resulta increíble si pensamos que es una bebida tan cotidiana para todos nosotros que lo “normal” sería que su preparación fuera igual en todo el mundo. Pero lo universal es el gusto por consumirlo no las maneras cómo se consume. Me encanta la idea de entrar a las cafeterías en todas partes del mundo y escuchar cómo la gente ordena su café: decaf latte, capuccino with skimmed milk, black no sugar, soy latte, un perico por favor, regalame un tinto, un cafecito; se me pueden escapar mil más. El café turco, por ejemplo, se condimenta con cardamomo y se toma muy dulce, totalmente diferente al café americano, negro, suave y sin azúcar que yo pido después de almorzar y que contrasta con el gusto muy arraigado en Colombia de pedir un tinto bastante aguado.

Hay una situación que me ha resultado curiosa y es el hecho de que en Colombia producimos café de primera calidad el que llaman “café gourmet” en esa industria. Acá lo cultivamos, y realmente lo que exportamos es un producto intermedio, sin tostión ni molienda, pero después de todo es la base para ese café premium. Luego nos lo devuelven para que lo compremos a unos precios exorbitantes, poco proporcionales a lo que reciben nuestros campesinos por su trabajo. El resultado de esta operación es que la mayoría de los colombianos decidimos tomar un café más barato, que se supone que no es el mejor, pero ¿alguien piensa en esto cuando se toma su café en la casa? ¿hay algún amante del café que conozca un aroma más rico que el de su cafetera en la mañana?

Podría apostar que para más de uno, el mejor café es el que se prepara en casa con esos secretitos que lo hacen tan especial, la pizca de panela, la astilla de canela, un poquito más de agua, el colador de tela; y como si fuera poco, con esa oleada de nostalgia que nos arrolla cuando nos tomamos el cafecito en la tarde de domingo que nos dio pereza salir. Una taza de café es una excusa perfecta para una conversación, un reencuentro, una reflexión, porque tomarse un café es más que tomarse un café, cada preparación y cada forma de tomarlo tiene una historia.

Hace poco estuve viajando por el eje cafetero colombiano con mis amigos de toda la vida. Ese paseo fue el inicio de esta historia, pues aunque conocía un poco sobre la situación del café en mi país solo en ese momento pude ver el fondo del asunto. Así que ir o no ir a Starbucks no hace realmente la diferencia, pues esto es un tema complejo que ocurre desde hace mucho más tiempo del que podemos imaginar.

Mis amigos me habían recomendado que incluyamos fotos en Carreta de recetas, y esta vez quiero tomar su consejo y compartir algunas que tomé en el eje cafetero, para que todos los lectores recuerden los lindos paisajes, pero sobre todo, la gente de las zonas cafeteras colombianas cada vez que se tomen un café hecho de la manera que les encanta, y para que se animen a contarnos ¿cómo les gusta el café?