“Nana, el frosting de la torta lleva un chocolate block, ¿cuánto es eso?”

Hace poco estuve visitando a una de mis abuelas en la ciudad donde nací y pasé toda mi infancia y adolescencia. Cuando entré a la cocina y revisé la alacena en busca de ingredientes para preparar una torta me encontré con montones de frascos, paquetes, tarros y bolsas vacíos o incluso con producto que habían vencido hacía más de diez años. Varias de las marcas ya no existen o han cambiado sus empaques y presentación. Cuando me dispuse a hacer la limpieza correspondiente mi abuela me paró en seco y me explicó que muchas de esas cosas le ayudaban a recordar, y no solo en el sentido romántico del tema, sino también a mantener sus recetas con las cantidades como son.

Es curioso ver cómo la gente construye sus recuerdos. Los detalles más simples, los objetos más mundanos están cargados de historias que darían para escribir una eternidad. Hasta la persona más callada tendría algo qué contar si se le pregunta por lo indicado, esa cosa que ha estado en casa por años y que alguien dijo que no la botaran por alguna razón caprichosa. Porque así son los recuerdos, caprichosos, personales, pues se aferran a los lugares que hemos ido, a los sabores y aromas que hemos probado, entrelazando nuestra historia con las de los demás y tejiendo recuerdos, memoria y por supuesto, realidades.

Resulta más curioso aún encontrar recuerdos compartidos, esos que se construyen en familia, entre amigos y culturas. Algunos de esos trascienden y pasan de generación en generación, convirtiéndose en tradiciones, muchas veces sin cuestionamiento alguno, y comprenden muchas de nuestras prácticas de hoy en día.

Todos tenemos una historia que contar y en buena parte nuestra vida se cuenta a través de la cocina, ese lugar donde se reviven los aromas y sabores de la infancia y donde las manchas que nunca salieron son pilares de recuerdos que no tienen voz. En las cocinas de todos hay ingredientes especiales que nunca faltan, marcas de productos que se compran sólo por tradición, e incluso rituales y preparaciones que se hacen así porque alguien, alguna vez años atrás lo decidió por motivos que desconocemos, pero que nos encantaría saber.

Así, cuando le pregunto a mi abuela “Nana, el frosting de la torta lleva un chocolate bloc, ¿cuánto es eso?” no solo le estoy preguntando por una equivalencia sino por un recuerdo que va más allá de la cantidad de chocolate para una torta.

¿Y qué hacemos con esas historias de sobremesa? ¿Qué hacemos con esos cuentos que nos narran las abuelas acerca de quién les enseñó a preparar esa deliciosa torta que nos están sirviendo? ¿Cuántas recetas no preparamos solo para recordar y transmitir a los demás esa deliciosa sensación de nostalgia? ¿Cómo ayudamos a otros a recordar a través de la cocina? Y, ¿han ayudado estos recuerdos a aliviar las penas, a sobrellevar tiempos difíciles, a mantenernos aferrados a eso que recordamos como un hogar cálido y confortable? ¿Cuántas heridas se han sanado gracias a terapias de esta índole, sin saberlo, sin cuantifircarlo?

Tal vez estamos acostumbrándonos a desocupar nuestra bandeja de entrada, y en la era de la información estamos vaciando nuestra papelera de reciclaje quizás esperando que lleguen cosas más importantes, cuando en la cotidianidad está el contenido más valioso. Esta es una apuesta por rescatar la historia, esos cuentos que unos se aprende pues las abuelas no los dejan de contar, esos cuentos que nunca se han escrito y que conforman buena parte de lo que somos.