Una historia contada por Salvador Rozental

Con la llegada de la primavera los árboles frutales comenzaban a florecer. En la calle donde vivíamos había un árbol particularmente grande que con el pasar de las estaciones se iba cargando de ciruelas y era toda una aventura juntarme con los amigos para ir y robarnos algunas de las primeras ciruelas maduras que daba este árbol.

Y es que en Yedenitz las ciruelas eran un producto “de exportación”. Tan pronto comenzaba la cosecha la actividad del pueblo se concentraba en recoger, seleccionar, procesar, secar, empacar y despachar cajas de ciruelas que se iban primero en carretas y luego en tren, directo hacia Alemania.

En el pueblo también había gitanos. A ellos se les compraban las cosas de metal, por ejemplo, las pailas para hacer las mermeladas. Donde había gitanos también había música y algarabía, así que en la medida que hacía más calor, la presencia de los gitanos y su música era aún más notable en el pueblo porque estaban trabajando y vendiendo cosas. Ese era el sonido del verano, el de los violines y las trompetas de los gitanos.

Mi casa era un lugar especial para las mermeladas por dos razones: la primera, porque teníamos la paila más grande, entonces era posible preparar la mayor cantidad de mermelada de ciruelas de una sola vez. La segunda razón era todavía más importante y es que mi madre, Miriam Lerner, era la dueña del secreto del “punto” de la mermelada, así que todos en el pueblo debían consultarle a ella para que las mermeladas quedaran perfectas.

La cosecha de ciruelas era enorme y debíamos dividirnos el trabajo para preparar las mermeladas que se elaboraban con las frutas que no se exportaban. Los más pequeños éramos los encargados de quitarle las semillas a las ciruelas que luego le pasábamos a las mujeres de la familia para que las echaran en la paila junto con azúcar de remolacha (que también se producía en el pueblo). El trabajo de batir era pesado, se hacía con una pala grande de madera y debía ser por turnos porque duraba todo el día.

Cuando los niños terminábamos de procesar las ciruelas de la cosecha teníamos que alejarnos de la paila, porque el proceso de cocción era largo y podíamos quemarnos con la mermelada. Una vez el producto estaba listo, las mujeres, es decir, mi mamá y mis hermanas mayores o en algunos casos cuando la cosecha era muy grande, ayudadas por algunas otras mujeres del pueblo, comenzaban a envasar las mermeladas en frascos de vidrio que eran almacenados en la despensa de la casa que quedaba disponible por el resto del año para que la usáramos todos los miembros de la familia, inclusive quienes no vivían en nuestra casa.

Salí del pueblo rumbo a Perú en 1925, así que mis recuerdos inexactos y llenos de nostalgia por el pasado, son de antes de ese año.

Ingredientes

6 libras de ciruelas

2 tazas de azúcar

Preparación

Corte las ciruelas a la mitad y retire y descarte las semillas. Ponga las ciruelas en una paila grande y cúbralas con el azúcar. Deje reposar por 1 hora hasta que el azúcar se disuelva y se forme un almíbar ligero.

Lleve la paila u olla al fuego. Cocine a temperatura media hasta que comience a hervir, baje el fuego al mínimo, revuelva y cocine por 10 minutos más sin tapar la olla y revolviendo con frecuencia para evitar que se pegue. Apague el fuego y deje que la preparación se enfríe a temperatura ambiente.

Encienda el fuego nuevamente y cocine hasta que hierva. Baje el fuego y cocine por 10 minutos revolviendo con frecuencia. Apague y espere a que se enfríe. Repita una o dos veces más hasta que la mermelada tome el punto deseado.

Envase en frascos de vidrio, tápelos y pasteurice para almacenar por el tiempo deseado (6 meses máximo en climas tropicales, hasta 1 año en países con estaciones).

Por: Vanessa Villegas Solórzano