Las recetas permiten que recordemos a quienes ya no están.

Por: Vanessa Villegas Solórzano

Cuando Miriam Villegas llegaba a algún lugar, el espacio se llenaba de su energía cálida y generosa. Y es que Miriam fue voluminosa desde que nació, o al menos eso cuentan los hermanos de esta mujer muy rubia, de ojos azules, que años más tarde sobresaldría por su corta estatura y su amplia cintura. Desde pequeña Miriam fue dulce, consentidora, amante de los deportes y de la cocina.

Miriam cocinaba deliciosamente, parte de este talento fue heredado de su abuela Manira, una inmigrante libanesa que preparaba delicias en el patio de la casa de Medellín donde amasaban kibbes, molían garbanzos para hacer tahine y remojaban trigo para el taboule. Dicen que cuando la abuela Manira quería cocinar berenjenas rellenas, los más pequeños de los Villegas debían ir de tienda en tienda, plaza por plaza, buscando el preciado fruto que en esa época era muy difícil de conseguir.

Miriam era profesora de genética en el Colegio Mayor de Antioquia y le encantaba, pues estaba en contacto permanente con gente muy diversa. Su personalidad extrovertida pero focalizada, generosa y al mismo tiempo muy rigurosa, era ideal para un oficio en el que la mano dura no es sinónimo de éxito. Su trabajo como docente le dio muchas alegrías, pero con los años fue desarrollando diversas alergias que hacían cada vez más difícil su desempeño. Un día, su alergia a la tiza llegó a un punto tal que debía usar tapabocas y un “agarratiza”, que era una especie de instrumento plástico que literalmente cogía la tiza con unas pinzas en su interior, evitando así que los dedos la tocaran. Pero no fue suficiente, los ataques inclementes de asma causados por este y otros elementos, hicieron imposible su ingreso a las aulas de clase. Contra su voluntad, le aconsejaron dejar su trabajo, pues estaba poniendo en riesgo su vida.

La personalidad de Miriam no la dejaba quedarse quieta, así que decidió usar su talento para la cocina y comenzó un negocio de lasagnas y otras comidas preparadas que vendía a sus amigas y familiares. El negocio avanzó sin convertirse en empresa, y las recetas fueron cambiando de acuerdo con lo que los clientes sugerían y las recetas nuevas que le mandaban. Hay varias recetas memorables de su buena cocina, unos dicen que sus fríjoles eran de lo mejor, otros que el mondongo que preparaba poco tenía que envidiarle al del famoso restaurante antioqueño que lleva ese nombre, pero quizás la receta por la que todos la recuerdan es la de sus alfajores de maicena, pues eran únicos y resultaba prácticamente imposible no comérselos todos.

Quizás más temprano de lo que tocaba, las alergias de Miriam ganaron la batalla, pero toda su dulzura se mantiene presente no solo en sus deliciosos alfajores, sino en las vidas de quienes la conocieron.

Alfajores de maicena

Ingredientes para 25 alfajores medianos

200 gramos de harina de trigo

300 gramos de fécula de maíz

2 cucharaditas de polvo para hornear

150 gramos de azúcar pulverizada

200 gramos de mantequilla a temperatura ambiente

3 yemas de huevo

½ cucharadita de esencia de vainilla

1 cucharadita de ralladura de limón

1 taza de arequipe

1 taza de coco deshidratado rallado

Preparación

Tamice la harina, la fécula de maíz y el polvo para hornear. Aparte, bata la mantequilla con el azúcar hasta lograr una crema suave y esponjosa. Añada a las yemas, la esencia de vainilla y la ralladura de limón, y bata hasta que se mezclen bien. Integre poco a poco los ingredientes secos frotándolos entre las palmas de la mano para que la harina absorba toda la mezcla de mantequilla y yemas. Debe quedar una masa lisa y húmeda, si es necesario agregue una o dos cucharadas de agua.

Envuelva la masa en plástico y llévela al refrigerador por 1 hora. Estire la masa con un rodillo hasta dejarla de 1 centímetro de espesor. Corte las galletas con un molde circular y dispóngalas en una placa para hornear. Llévelas al horno previamente precalentado a 350 °F (180 °C) y hornéelas entre 12 y 15 minutos. Es importante que no doren.

Retire las galletas de la bandeja y cuando estén frías arme los alfajores untando arequipe en una galleta y tapando con otra. Pásela por el coco rallado para que se adhiera al arequipe o si es necesario, unte un poco de arequipe en los bordes para que se pegue bien.