Cuando nació Margarita Córdoba en mayo de 1921, su entorno antioqueño no estaba preparado para una mujer como ella.
Por. Vanessa Villegas Solórzano
Margarita Córdoba nació en Medellín, producto de una aventura entre el reconocido abogado antioqueño David Córdoba Medina y María Quiroz, una campesina. Margarita conoció a su padre pasados los cinco años. Él no sabía que de aquella aventura había quedado legado y vio a su hija por primera vez cuando doña María tocó en su casa para presentarle a la pequeña Margarita. Fue tal el parecido físico con el joven abogado que don David de inmediato la reconoció como suya. Margarita había nacido por fuera del matrimonio lo que implicaba cargar con el lastre de ser una «hija natural» según las convenciones de la época, que la ley sancionaba como «hija ilegítima» y en esa medida, de acuerdo con las costumbres colombianas que todavía perduran en algunos contextos, podía ser tratada como una persona de segunda categoría.
A partir del encuentro David Córdoba se hizo cargo de su hija. Pagó los estudios de Margarita, la visitaba con frecuencia y respetó tanto el compromiso de velar por ella que se convirtió en un punto inamovible al pedirle matrimonio a su futura esposa: tenía una hija que, aunque no viviera con él debía gozar de todos los derechos.
La conexión de padre e hija fue creciendo al punto que David Córdoba le pidió a María que le dejara a Margarita a su cargo, que él se aseguraría de darle educación de la mejor calidad y todos los cuidados que necesitara y no habría restricción alguna para visitas, paseos e intercambios con su madre. Pero doña María no aceptó separarse de su hija. Ambas vivían felices en la casa de una prestigiosa familia antioqueña en la que María trabajaba como empleada doméstica y donde Margarita no podía tocar una escoba ni entrar a la cocina, según instrucciones de su madre. Así, Margarita asistía al colegio y disfrutaba de la vida como una niña de su edad.
Margarita, curiosa e inquieta, estudió en el CEFA, Instituto Central Femenino de Antioquia (ahora Centro Formativo de Antioquia), ya que por su condición de «hija ilegítima» los colegios privados de Medellín, todos con una fuerte influencia católica, le negaron su ingreso, a pesar del notable prestigio que tenía su padre. Para ese momento el CEFA, como institución pública, admitía a todas las niñas que estaban dispuestas a estudiar sin importar su credo o condición social. Fue allí que Margarita conoció a dos de sus mejores amigas, Esther Rabinovich y Selfia Cortés, además de un grupo de mujeres que desde niñas querían ser profesionales, cuya felicidad y realización como personas no radicaba exclusivamente en ser esposas y madres.
Margarita perteneció a la segunda generación de mujeres que ingresaron a la Universidad de Antioquia a estudiar Derecho. Y como lo sugería su vocación desde pequeña, Margarita que parecía desconocer los límites que le imponía la sociedad, rompía esquemas e invitaba a otras mujeres a romperlos. No necesitó ser la estudiante más brillante para sobresalir, porque para eso estaba su carisma y su preocupación permanente por darle voz a quienes no tenían. Este interés la llevó, junto a Fanny Posada de Greiff, Haydée Eastman, Elba Quintero, Libia Moreno, Concha Peláez, Sonny Jiménez, entre otras profesionales, a crear la APFA, Asociación Profesional Femenina de Antioquia, organización que luego trabajó de lleno por la votación favorable del plebiscito de 1957 que le daría derecho al voto a las mujeres colombianas, las reconocería como ciudadanas.
Fanny Posada describió así el trabajo realizado para esta votación:
[La APFA] la creamos un grupo de amigas para hablar y organizar un grupo de mujeres que luchara por nuestros derechos. Y era que en ese tiempo (1956) se abusaba mucho de las mujeres en el trabajo, se les pagaba menos que a los hombres, se les daba puestos menos importantes. Después el mismo grupo apoyó el plebiscito que era votar a favor de una lista de cosas muy importantes y muy buenas para Colombia y principalmente para las mujeres, porque nos daba el derecho al voto por primera vez (1 de diciembre de 1957). Recorrimos muchos pueblos, conocimos a mucha gente, gozamos mucho en todos los lugares.
Tras el triunfo del plebiscito y con el apoyo de la APFA, Margarita fue nombrada segunda suplente del partido liberal en las listas a Cámara de representantes por Antioquia de las votaciones de 1958. Asumió como representante debido al nombramiento del titular en otro cargo y al fallecimiento del primer suplente. Fue congresista por dos años en los que impulsó proyectos que velaban por la educación y la inclusión como el que permitía a las estudiantes embarazadas seguir asistiendo a los colegios. También desde allí y tras bambalinas, trabajó por el nombramiento de mujeres profesionales en cargos públicos como el de la abogada Berta Zapata, primera mujer en ser magistrada en la Corte Suprema de Justicia, según lo recuerda Rosa Turizo en una entrevista citada por la investigadora Lucy Cohen para el libro Colombianas en la vanguardia.
El clientelismo y la politiquería colmaron la paciencia de Margarita. Renunció al congreso. Prefirió continuar su trabajo inspirador desde la calle, dando voz a las mujeres que nunca habían sido escuchadas, motivando a otras a alcanzar satisfacción en su carrera o en su proyecto de vida, estuviera o no dentro de los estándares tradicionales.
Su vida, lejos de la cocina, estuvo rodeada por el conocimiento y cariño de mujeres que, desde sus saberes profesionales o empíricos aportaron a la construcción de una sociedad más equitativa en la que todavía queda mucho por hacer.
Los compilados de la historia de las mujeres en Colombia se olvidaron de Margarita Córdoba de Solórzano, por ejemplo el texto Llegan las mujeres de María Teresa Uribe ni siquiera la menciona. Apenas una biblioteca pública en el corregimiento de Santa Elena que lleva su nombre recuerda algo de su legado así como el mencionado libro de Lucy Cohen. Sin embargo, fueron muchas las mujeres a quienes su carisma le cambió la vida, y gracias a ella y a todo el equipo de profesionales y amas de casa que trabajó por el plebiscito de 1957, las mujeres hoy tenemos derecho a decidir.
Flan de caramelo
Nota: Margarita Córdoba nunca aprendió a cocinar, «se le quemaba el agua», anotaban sus amigas con una sonrisa. Y fueron sus queridas amigas, quienes siempre consintieron su paladar con preparaciones como el flan de caramelo que tanto disfrutaba.
Ingredientes
1 taza de azúcar
¼ de taza de agua
2 tazas de leche evaporada
4 huevos grandes
1 cucharadita de esencia de vainilla
Preparación
Precaliente el horno a 350 °F. Mezcle la mitad del azúcar y el agua en una olla (preferiblemente que no sea de teflón) a fuego bajo hasta que el azúcar se disuelva por completo. Aumente el fuego a medio y cocine sin tocar por 10 minutos aproximadamente, hasta que el caramelo adquiera un color dorado. Vierta el caramelo caliente en el fondo y las paredes de un molde para horno, asegurándose de cubrirlo por completo.
Aparte, vierta la leche en una olla junto con el azúcar restante y cocine a fuego medio por 3 minutos, hasta que el azúcar se haya disuelto completamente y la leche esté tibia. Retire del fuego. Bata los huevos en un recipiente e incorpórelos a la leche. Agregue la esencia de vainilla y vierta en el molde.
Ponga el molde con el flan entre otro molde más grande para cocinarlo al baño María en el horno. Vierta agua caliente suficiente en el molde grande (debe cubrir tres cuartas partes del molde con el flan) y lleve al horno por 1 hora o hasta que se haya cocinado por completo (verá pequeñas burbujas y un color caramelo en los bordes). Retire los dos moldes del horno y déjelos reposar por 30 minutos. Saque el molde del flan del recipiente con agua y deje enfriar por lo menos 4 horas antes de desmoldarlo. Antes de desmoldar, use un cuchillo pequeño para separar el flan de las paredes del molde y dele la vuelta.