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La remolacha, una vida en escena y los colores de la diversidad

La remolacha, una vida en escena y los colores de la diversidad

Transcripción del episodio 5 de Carreta de recetas pódcast. Ilustración de Diego Corzo-Rueda

Las primeras referencias escritas acerca de la remolacha, betarraga o betabel se encuentran en el teatro griego que era fundamental para la vida social de la antigua Grecia. La directora de teatro Lalis Solórzano reconoce el poder de las artes escénicas para derribar prejuicios y generar empatía, pues ella encontró en los escenarios un lugar seguro para expresarse libre de miedos. La evolución de la remolacha será clave para abrir puertas y reconocer los colores de la diversidad.

Invitada: Lalis Solórzano Martínez

[Lalis Solórzano] Y hay algo muy bonito y es que como yo crecí en el teatro desde tan chiquita crecí en ese mundo, creo que vuelto mi casa y mi vida un teatro y ha sido lugar seguro para muchos más.

Recetas para entender quiénes somos, para encontrarnos en las diferencias, recetas para reconocernos, recetas de una carreta que carga ingredientes, personas, migraciones. Esto es Carreta de recetas.

[Lalis] Yo no sé, yo nunca he visto mi vida de manera individual, para mi es superimportante el mundo. Es más, por eso hablo de mí, por eso hablo de ser gorda, por eso hablo de ser gay. Porque me importan los demás, porque sé que hay niños que les duele todavía salir del clóset, porque sé que hay mujeres que están sufriendo de enfermedades, de desórdenes alimenticios porque es duro para ellas ser gordas o ser demasiado flacas…

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Concha Peláez, una mujer de ciencia

Concha Peláez, una mujer de ciencia

A las pocas horas de haber ingresado por primera vez al laboratorio de vitaminas en la farmacéutica Parke-Davis en Detroit, Concha Peláez fue capaz de hacer procedimientos que los demás estudiantes tardaban casi un mes en aprender.

Por: Vanessa Villegas Solórzano

Una larga fila de personas jóvenes desnudas. Todas extranjeras, hombres y mujeres. Estados Unidos, 1953. Concha Peláez era una de ellas. Eran los exámenes médicos necesarios para ser admitidos en las universidades norteamericanas que guardaban bastantes similitudes con aquellos que se realizaban en los centros de recepción de migrantes como Ellis Island hasta 1954 frente a la isla de Manhattan. «Yo me iba a morir», dice Concha a pocos meses de cumplir noventa años y con marcado acento antioqueño. «A los hombres les daban una bolsita para guardar sus cosas y a las mujeres nos asignaban un casillero. Se me salían las lágrimas. No entendía nada». Una vez desnudos comenzaba el recorrido por una fila de cuarticos, cada uno destinado para un examen específico. «Mientras pasábamos de uno a otro me preguntaba, ¿por qué para un examen de ojos tengo que estar completamente desnuda? Los últimos cubículos eran los de las pruebas de laboratorio y el del examen psiquiátrico. Yo estaba tan descompuesta que pensé que me iban a dejar recluida en un hospital mental».

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