Transcripción del episodio 11 de Carreta de recetas pódcast. Ilustración de Iara Chapuis.

La llegada del aceite de oliva al continente americano está ligada a relaciones de poder y opresión asociadas a la presencia española en tierras colonizadas. La periodista y asesora lingüística Paulina Chavira conoce a la perfección las reglas de ortografía y gramática de la lengua española y gracias a ello ha construido una mirada crítica que cuestiona los planteamientos de las Academias de la lengua.

Invitada: Paulina Chavira

[Paulina Chavira] …y sé que puedo tanto con mis palabras cambiar la realidad como con la realidad cambiar mis palabras.

Recetas para entender quiénes somos, para encontrarnos en las diferencias, recetas para reconocernos, recetas de una carreta que carga ingredientes, personas, migraciones. Esto es Carreta de recetas.

En el episodio anterior hablamos de la historia milenaria del aceite de oliva y de su profunda conexión con la Península ibérica. Esta herencia española tiene raíces poderosas con efectos importantes en este lado del Atlántico a pesar de que no sean evidentes a primera vista. También vimos que la costumbre de calificar una forma de hablar español como mejor que otras es una herencia colonial, pues la realidad es que no hay una lengua mejor hablada, todas las formas regionales son, además de válidas, muy valiosas.

[Paulina] No hay ningún beneficio en tratar de decir: «ay no claro, es que pues no sé, en este país hablan muy mal español, entonces seguramente esa variante está mal». Pues no, no está mal, seguramente es la variante que tiene el español el tal país o en tal lugar incluso… pueden ser todavía más locales. No necesariamente es un uso del país como tal sino de cierta región, de cierta ciudad incluso.

[Paulina] Por ejemplo: «oye, necesito un esfero» sería «oye, ocupo un esfero». Y aquí hay mucha gente en México que dice: «¡esto está horrible!». Pues está horrible porque tu no lo usas y creo que hay cosas que tu puedes decir «a mi no me gusta cómo se usa esto, no es una palabra que me guste decir», eso es muy válido. Pero no por ello demeritas a quien usa esa palabra o dices que esa persona no sabe hablar o esta persona es ignorante.

Los acentos, como parte de lo que somos y rasgo de nuestra identidad, no deberían ser calificados de buenos o malos, sin embargo, hacerlo es una de las muchas costumbres que cargamos sin preguntarnos a qué obedecen. En el episodio anterior Paulina contó algo de lo que habla poco: su historia de vida con un cáncer diagnosticado a los 16 años, la amputación de su pierna y sus aprendizajes como usuaria de prótesis. Esta experiencia le permitió hacerse una idea muy clara del peso que tienen las palabras para expresar nuestras pasiones y silenciar nuestros miedos. Si no lo han escuchado, pongan pausa y vayan a buscarlo.

[Paulina] Pasa lo mismo por ejemplo, en el caso que a mi me pareció maravilloso, es un artículo que escribió Lola Pons. Escribió hace como un año, año y medio en El País un artículo sobre «bullying». Y ella de lo que hablaba era cómo al utilizar bullying nosotros le quitábamos peso a la acción de acosar. Porque es muy distinto que yo te diga «él es un bully» a que te diga «es un acosador». Es muy diferente. Si te lo digo en español pesa. O sea, el bully hasta suena descafeinado, rebajadito…

La comunicación se basa en las palabras y al seleccionar unas en lugar de otras le damos forma a eso que queremos expresar. Su alcance va más allá de la unión de sílabas e ideas. Paulina contó de su dificultad para nombrar que tenía un muñón y los múltiples términos que inventó para evadir ese vocablo que la obligaba a reconocer una ausencia; una realidad que se negó a pronunciar en voz alta por casi diez años.

Las palabras comunican, pero también obstruyen, dificultan, esconden, invisibilizan.

[Paulina] Entonces ahí a mi es cuando me molesta el uso del inglés, cuando creo que lo único que hace es obstruir el entendimiento de tu receptor. Al final tu estás emitiendo un mensaje y entonces ahí a mi es cuando se me descuadra todo.

Paulina, menciona un aspecto que no debe pasar desapercibido, pues es algo que he abordado a lo largo de esta primera temporada de Carreta de recetas desde distintas perspectivas: la práctica de ciertas costumbres asociadas a nociones como poder y reconocimiento social. Porque como lo veremos a lo largo de este episodio, el lenguaje también es una ideología.

[Paulina] El matiz ahí es que yo creo que usamos el inglés yo creo que con esta idea de que es una lengua que te da más prestigio y a mi eso es lo que ya no me gusta. Cuando crees que decir una palabra en inglés te hace más profesional o te hace más interesante o te hace más prestigioso o, no sé, te sientes como más que los demás por utilizar esa palabra en inglés, ahí es cuando ya digo: «¡oye no! Tenemos esa palabra en español».

La lengua que hablamos está tan viva como nosotros, de eso depende su supervivencia: de la capacidad de adaptarse y mutar. Una muestra de ello es que en 2020 la palabra covid entró al vocabulario sin pedirle permiso a nadie, sin esperar a que la Asociación de Academias de la lengua la aprobara. Ahora es de uso común, pues la necesitamos para expresar la causa de la pandemia. De hecho, son muchos los vocablos que usamos en la cotidianidad que llegaron repentinamente para quedarse: selfi, tuit, youtuber, pódcast. Sin embargo, así como aceptamos con facilidad estos términos de naturaleza tecnológica o médica que irrumpen en nuestras vidas, cuando hablamos de declinar profesiones en femenino como es al caso de médica, música, directora, jefa o presidenta, o de lenguaje igualitario, muchas personas responden con su faceta más ortodoxa en cuanto al uso de la lengua.

[Paulina] Tenemos muchísimos diccionarios y creo que el error sería pensar que tenemos uno solo y que ese es el único que hay que utilizar. Y luego también pensar que si una palabra no está en el diccionario pues no existe. Esa es una falacia total. Si no está en el diccionario simplemente no ha habido el tiempo para que llegue al diccionario o no ha habido todavía el uso, pero no quiere decir que no exista. Una palabra existe en el momento en que la pronuncias.

De acuerdo con el Diccionario de la lengua española, una ideología es «el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político». Preguntarnos por la manera en que nos expresamos es una forma de entender el contexto en el que vivimos, las preocupaciones que nos rodean, esas cosas que nos gustan y aquellas que nos molestan. En últimas, reflexionar sobre el lenguaje también hace parte de la pregunta por nuestra identidad. Hoy, en el último episodio de la primera temporada de Carreta de recetas, seguiremos sumando coincidencias con Paulina Chavira, en tanto el viaje del aceite de oliva al continente americano enriquece con diversos acentos esta conversación.

Soy Vanessa Villegas y les doy la bienvenida a Carreta de recetas, un programa sobre cocina, género, política y cultura.

Hoy en Carreta de recetas el aceite de oliva, una asesora lingüística y existir en las palabras (segunda parte).

SECCIÓN 1

La comida marca nuestra cotidianidad. Como el más puntual de los calendarios biológicos la hora de comer llega para anunciarnos en dónde estamos, qué privilegios tenemos y a qué lugar pertenecemos. Toda esta información en un mismo plato con alimentos. Los productos a los que tenemos acceso, la posibilidad de escoger qué comemos y qué no, marcan en buena medida la composición del plato. Pero la sazón, los sabores dominantes, la forma de preparación y la preferencia por unos ingredientes sobre otros están ligados tanto a la región en donde nos encontramos como a nuestro lugar de origen, a nuestra crianza, a nuestra mirada del mundo y por supuesto, a nuestra identidad cultural. Son, literalmente, un polo a tierra en un universo de posibilidades prácticamente ilimitado.

Sin embargo, para muchas personas la pregunta por la identidad tiene una respuesta clara y directa: sus nombres y apellidos.

[Paulina] Pero justo ese día, haz de cuenta que me llegó así como de la nada… ¡Claro es que tantas personas creen que las mayúsculas no se acentúan y que los nombres no tienen ortografía, que cada quién escribe su nombre como se le da la gana, cosa que está muy bien, pero creen que no hay ninguna ortografía! Y no es así.

Esto ocurrió en 2017 mientras trabajaba en el New York Times en español. Las obsesiones de Paulina por el uso correcto de la ortografía la llevaron a profundizar en esta investigación en la que se advertía un tema potente generado por una mala interpretación del uso de algunas normas ortográficas.

Las actas de nacimiento en la república mexicana se escriben con mayúsculas y son el referente para los demás documentos oficiales. Como en otros lugares de habla hispana, y puedo corroborar que esta era una creencia extendida en otras regiones del continente pues mis profesores del colegio en Bogotá repetían esta falsa idea de que las mayúsculas no se acentúan, en México generó errores en millones de actas y afectó la identidad de igual número de personas. Paulina estaba investigando el tema para entender la manera adecuada de abordarlo y las coincidencias volvieron a entrar a la cancha.

[Paulina] Entonces yo estaba haciendo esta investigación y, como sabes ya, me gusta mucho el futbol, entonces en ese momento se estaba jugando una copa previa al Mundial de futbol. En junio hubo un partido entre la selección de México y la de Portugal y me puse a verlo y salen los jugadores de Portugal con sus camisetas muy hermosas así, rojas, y con los nombres con tildes, cedillas… Y yo dije: «¡ay qué bonito, muy bien!». Y en eso salen los mexicanos y sale Hernandez sin tilde en la a… y empiezo a ver a todos los jugadores que su nombre debería de llevar tilde sin tildes. Y dije: «no, ¿qué onda?». En ese momento puse un tweet así como de Selección mexicana… y entonces puse en el tweet que cómo era posible que la Selección mexicana y que tuvieran las camisetas mal escritas y eso…

Los azares de la vida hicieron que el fútbol y la ortografía se juntaran en una misma pasión.

[Paulina] Y entonces, bueno, hablé con una persona de la Federación Mexicana de futbol y pues muy amable me dijo: «oye, yo te sigo en Tweeter y vi lo de las mayúsculas que sí se acentúan. Y ahora estamos pensando que sí, que quizás sí sea un error… Pero fíjate que nosotros fuimos y los inscribimos, siempre inscribimos a todos los futbolistas con el pasaporte y en el pasaporte no hay acentos». Y como te digo que afortunadamente yo ya había hecho esta investigación que estaba ahí trabajando le dije: «pues, ¿sabes qué? El pasaporte no tiene acentos porque México esta suscrito a un convenio internacional en el que no se ponen tildes en los nombres. Entonces no va a haber ningún acento y entonces digamos que esa no puede ser como tu referencia, porque al final pasa lo mismo en Portugal. Portugal está también suscrito a ese acuerdo, pero ellos sí tienen las camisetas». Entonces me dijo: «Bueno, te prometo que voy a hacer todo lo posible para que salgan las camisetas con tildes para el Mundial de Rusia». Y yo «¡ay, sí, qué emoción!». Pero la verdad no pensé que fuera a suceder. Seguro ahorita nada más como para salir de la entrevista y así quedó y ya está… y sacamos ese artículo y en ese entonces el New York Times tenía un convenio con Pictoline y entonces Pictoline escogía ciertas historias y hacían un «bacon» que es como ellos llaman a sus ilustraciones. Les gustó esta historia de los acentos o mejor de cómo todos los mexicanos o al menos los mexicanos que tienen un nombre que debiera de acentuarse pues tenemos errores en nuestra acta de nacimiento. Hicieron esa ilustración y esto te digo que fue en junio de 2017 y un año después, en mayo de 2018 empiezan ya los juegos de preparación para el Mundial… y cuando salen los jugadores mexicanos y en las playeras tenían la tilde bueno… lloré, lloré de la emoción. Como dije qué maravilla porque creo el futbol es uno de esos deportes que México es un deporte, quizás es el deporte que tiene más presencia en México y es una forma de decir: la ortografía importa, importa que escribas bien tu nombre. Y para mi sí fue un logro, un logro absoluto y me hizo muy muy feliz.

Volvamos al aceite de oliva y a ese vínculo profundo con la Península ibérica. En el primer episodio de Carreta de recetas hablé de los barcos que llegaron a América en los primeros viajes de los conquistadores españoles a partir de 1492 y de algunos de los alimentos que traían abordo para la tripulación. No mencioné la trilogía compuesta por pan, vino y aceite de oliva que, hasta entonces, habían sido la base de la alimentación en parte de Europa medieval y que era fundamental en la España de entonces. En los barcos había abastecimientos de harina para hacer pan, así como toneles con vino y recipientes con aceite de oliva que aseguraban una nutrición básica durante el viaje. Para los marineros también resultaba indispensable transportar retoños, semillas y esquejes de trigo, vid y olivo que se convierten en aquellos preciados alimentos.

Si bien fueron varios los ingredientes importados desde otros continentes que hoy hacen parte fundamental de la dieta de muchas personas en América latina como el plátano, la cebolla, el ajo y animales como cerdos, gallinas, reses, cabras y ovejas, lo cierto es que la comida en este lado del Atlántico era colorida, nutritiva, atractiva y diversa antes del desembarco. Fue cuestión de tiempo para que los nuevos alimentos comenzaran a enriquecer las preparaciones, así como los términos para referirse a los nuevos ingredientes comenzaron a sumarse a la lengua española. Porque recuerden que una lengua depende de las personas que la hablamos.

[Paulina] Y es muy chistoso, si tú escuchas a los académicos te dicen: «no, no, la lengua la hace la gente y es quien habla quien hace la lengua». Pero en realidad para el hispanohablante común, y bueno para cualquier persona, pero pensando en hispanohablantes, para cualquiera de nosotros es lo que diga la Academia. O sea sí somos muy de lo que diga la Academia que acaba siendo la Rae, porque en realidad la Rae es la que dice: «ah, a mi esto me interesa y yo voy, y yo salgo, y yo digo…». Y nuestras Academias están en un papel muy secundario.

Una lengua la hacen sus hablantes y, como apunta Paulina, las palabras existen al momento en que son pronunciadas.

Acá vale la pena hacer una pausa y explicar rápidamente qué es la Rae o Real Academia Española. Resulta que inspirados en modelo francés que en 1635 había instaurado la Academia en ese país con el fin de, abro comillas, «normalizar la lengua francesa» en 1713 en España decidieron hacer algo similar para el idioma español. Era obvio, los países colonialistas veían la rápida transformación de su lengua en los distintos territorios colonizados y temieron perder el control. Así crearon una entidad que le daba cohesión a las normas de la lengua y mantenía el poder en donde siempre había estado, en Europa. Piensen en lo poderosa que es la comunicación y lo problemático que podía resultar para estos países perder las riendas. Los procesos de independencia que rompieron los vínculos coloniales con la metrópoli española ocurrieron en el siglo XIX. La fractura de los lazos de dependencia colonial supuso también un cuestionamiento respecto a la autoridad sobre la lengua. Así, quienes estudiaban la lengua española en América latina comenzaron a preguntarse por el papel del español que se hablaba en este lado del Atlántico. Así en 1951 se conformó en México la Asale, Asociación de academias de la lengua española. Al parecer, España no asistió a la conformación de la Asale por razones Políticas. No he logrado precisar cuáles fueron estas razones. El académico mexicano Jaime Labastida en la presentación del libro Orígenes de la Asociación de la lengua española dice:

«Precisamente porque nuestro país convocó al Primer Congreso, las relaciones entre las Academias de la Lengua Española cobraron un giro decisivo. Antes de esa reunión, las decisiones sobre el destino de la lengua española eran adoptadas desde un centro específico, la península ibérica; como si las relaciones entre la metrópoli y la periferia fueran las mismas que durante la época colonial. Ahora todas las decisiones se adoptan por consenso entre todas las academias. La lengua española es una y es diversa y, por lo mismo, carece de centro».

Más de 500 millones de personas que hablan español y el 92% de ellas viven en América latina. Apelar como único referente a la Real Academia Española es perpetuar el legado que dejó la Colonia en el que la mirada europea se impone sobre las demás. Como si para arbitrar un partido de fútbol llamaran a un juez que, se sabe, siempre ha estado parcializado.

[Paulina] Pero yo, por ejemplo, es uno de mis enojos con la Academia Mexicana de la Lengua, al final quienes somos de México somos el grupo de hispanohablantes más grande en el mundo. Y siento que la Academia Mexicana de la Lengua debería de moverse más, de ser más propositiva, de estar más involucrada en el estudio y en desarrollo de la lengua de una forma abierta, ¿no? Porque no dudo de que lo hacen dentro: en la institución y para ellos y para quienes están superespecializados en el tema. Pero les falta justamente esto que tiene la Rae y que pues ha hecho muy bien, me guste o no me guste… es algo que han hecho muy bien: la Rae ha llegado a las redes a decir: «así se dice esto». Y a la gente le encanta que haya una autoridad que te dice: «ah, así se dice esto y así es como lo vamos a decir». No es que quiera que la Academia Mexicana diga «así se dice esto», pero sí como que dé un poco más de información que sea cercana a la población en general. Siguen siendo como muy especializados y creo que ahí las Academias americanas están perdiendo esa oportunidad de decir…

Se trata de conocer las reglas del juego.

[Paulina] Por eso creo que la ortografía es como si tuviéramos muy claras cuáles son las reglas del juego y entonces no necesitas tener a un árbitro que todo el tiempo te esté diciendo: «es así, es así y es así» sino que tu ya sabes cuáles son las reglas y entonces tu puedes ser verdaderamente más dueña o más dueño de tu lengua y entonces puedes decir: «ah, esta palabra no está en el diccionario pero la puedo escribir así».

La propuesta de Paulina va encaminada a tener una mirada crítica y reflexiva sobre el lenguaje y sobre las autoridades que imponen las normas: preguntas como quiénes conforman la academia, desde dónde están juzgando, qué privilegios tienen, cuántas mujeres hay o ha habido, hacen parte de este ejercicio. El conocimiento de las normas, señala Paulina, nos permite llegar a acuerdos que favorecen la riqueza de modos y formas que hay en los distintos países hispanoparlantes. También es indispensable para tomar decisiones e incorporar rápidamente las nuevas realidades o aquellas que llevan mucho tiempo con nosotros pero que nos negamos a nombrar.

[Paulina] El diccionario es una cosa como, no sé, como paquidérmica. Es como que se va moviendo muy lento y les cuesta trabajo y no son tan fáciles de ceder. Y eso creo que irá cambiando con el tiempo, pero digamos que en los últimos veinte años sí ha habido un cambio…

El testimonio del conquistador e historiador Pedro Cieza de León fechado en 1553 en territorio peruano da cuenta de la relevancia que tenía el aceite de oliva dentro de la cultura alimentaria española y de la necesidad que estaba latente en América. Leo la cita:

«Sola una cosa vemos que no se ha traído a estas Indias, que es olivos, que después del pan y vino es lo más principal. Paréceme a mí que si traen enjertos dellos para poner en estos llanos y en las vegas de los ríos de las tierras, que se harán tan grandes montañas dellos como en el ajarafe de Sevilla y otros grandes olivares que hay en España…».

Se sabe que los primeros intentos de sembrar olivos en el continente americano tuvieron lugar en las islas del Caribe pero resultaron fallidos, pues si bien los árboles crecían, no daban frutos. Para 1521, año de la caída de Tenochtitlan, hoy ciudad de México, la corona española ya había creado un incentivo para sembrar olivares en territorios de la Nueva España. El estímulo literalmente dio sus frutos. En una pequeña zona del Valle de México, las estacas de olivo se aclimataron como injertos en árboles con características parecidas para luego ser trasplantadas. Diez años después ya los olivos estaban dando cosecha y para finales del siglo XVI se consideraban un cultivo establecido con éxito en esa zona en particular, que luego fue extendido por misioneros a la región de California que para entonces era parte de México.

Como lo señala la cita de Cieza de León, en 1553 todavía no había olivos en el Perú. Para 1560, cuando los españoles llevaban alrededor de treinta años en tierras peruanas, hay noticias de la llegada de tres estacas vivas, de las que se dice, descienden buena parte de los olivos sembrados en Perú y Chile durante la Colonia. También se cuenta que estos tres olivos iniciales fueron plantados en lo que hoy es el Bosque El Olivar, un parque urbano que en la actualidad cuenta con más de 1500 árboles de esta especie ubicado en el distrito de San Isidro en Lima. En cuestión de pocos años el cultivo de olivos creció a lo largo de las costas peruana desde Trujillo hasta la frontera con Chile y de allí pasó, unos años después, a las actuales provincias de Mendoza y San Juan en la Argentina.

Las tierras americanas también iban a sorprender por su capacidad de producción y la calidad del producto o al menos así los narra Antonio Vásquez de Espinosa en su Compendio y descripción de las indias occidentales escrito en 1646. Esto dice respecto a los cultivos en Perú

«…los olivares que se han criado y crían en él que cargan con tanta abundancia, que de muy poca cantidad de olivares se coge respectivamente mucho aceite muy bueno y aceitunas que vienen a cargar a su puerto los navíos para Lima».  

Y esto señala respecto a las olivas cosechadas en Chile: «las aceitunas son mejores que las buenas de España».

Cuestionar los parámetros con los que hemos crecido, esos que nos han enseñado como verdad, no es tarea sencilla.

[Paulina] Dentro de la gramática está esto que se llama género, género gramatical. Y cuando yo había leído sobre género y claro, en la gramática en la de la Asociación de Academias de la Lengua Española está establecido que el masculino genérico es el género que nos incluye a todas las personas. Pero claro, con el tiempo te empiezas a dar cuenta de que estas son solo reglas, y sobre todo la ortografía, son reglas básicas de convivencia y de entendimiento, en realidad eso es lo que son…

En el mundo en el que vivimos los errores suelen estar asociados a debilidad. Si bien esto no es cierto, sí ha sido una idea reforzada por la educación. De ahí se explica lo mucho que cuesta reconocer las fallas. Contrario a esta creencia, ser capaces de juzgar una acción del pasado como algo incorrecto e incluso nocivo que no debemos repetir sugiere aprendizajes, sentido crítico, cuestionamientos sociales y personales. Y es que indagar por el origen de esas reglas con las que crecimos acarrea una consecuencia inevitable en el plano personal: reconocer que nos hemos equivocado.

[Paulina] Ay, pues fíjate que es muy chistoso, porque yo hasta hace unos años… ¿qué te diré? Hasta hace unos, no sé, unos tres años, cuatro años yo decía: «el masculino genérico nos representa a todos, jajaja, ¡qué horror!». Porque claro, yo estaba haciendo hasta ese momento y por eso te digo que el tiempo que estuve en el New York Times fue tan enriquecedor, porque me hizo cuestionar mucho de lo que yo había aprendido de la Ortografía y de la Gramática.

SECCIÓN 2

Recetas para entender quiénes somos, para encontrarnos en las diferencias, recetas para reconocernos, recetas de una carreta que carga ingredientes, personas, migraciones. Esto es Carreta de recetas.

En los episodios del maní vimos algunos ejemplos de cómo los prejuicios de clase y raza afectan las posturas académicas e incluso los juicios científicos. En esta ocasión traigo dos argumentos presentados por el historiador español Manuel Molina Martínez, profesor de la Universidad de Granada, próspera tierra productora de aceite de oliva desde antes del Imperio romano.

Como vimos en el episodio anterior, el sur de España producía millones de litros por año al menos desde el siglo I de nuestra era. En el texto El cultivo del olivo en la América colonial, Molina abre la pregunta de si la Corona española pudo haber frenado la creciente industria del aceite de oliva en el Nuevo Mundo por la competencia que habría significado para el negocio peninsular. Hago la cita:

«Así lo interpretó Humboldt a la hora de explicar el escaso desarrollo que tuvo la planta en tierras mexicanas. El viajero alemán mantuvo que la política del gobierno [español], lejos de favorecer el olivo, lo impidió; en parecidos términos Chevalier abordó más tarde el debate llegando a las mismas conclusiones sobre el papel de la Corona».

Sin embargo, Molina pone a continuación esta sentencia que pasa desapercibida si no se tiene en cuenta el lugar desde donde está juzgando el historiador: «no hay evidencia suficiente que permita corroborar tal conclusión sobre el papel de la Corona». Molina reconoce que, en efecto, hubo decretos reales que impedían el desarrollo de cultivos que significaran competencia para España, pero que los olivos nunca lo fueron. Su argumentación concluye así: «Por otro lado, en ningún momento la extensión del olivar y la producción de aceite en América supusieron ninguna amenaza para los intereses peninsulares».

Ni una sola fuente ayuda a sustentar su conclusión. Me pregunto qué tanto pesó el punto de vista europeo, español, granadino, de tierra productora de aceite de oliva para llegar a este juicio tajante y sin atisbo de duda. Y solo para que dimensionen la importancia y simbolismo que tenían de los olivos para quienes representaban a la Corona española en tierras americanas, cuentan que cuando comenzaron las revueltas independentistas en Perú, los primeros afectados fueron los árboles del parque El Olivar, que sufrieron machetazos e incluso algunos fueron derribados con furia. Representaban poder y opresión. Datos que se le escaparon a Molina.

De nuevo, dudar del punto de vista que toda la vida ha sido considerado verdadero es una tarea difícil, incluso para los ojos de personas expertas.

[Paulina] Pero luego un día fui a dar un curso a Guadalajara y Guadalajara yo creo que es una de las ciudades en México que es de las de avanzada en lo que a género se refiere. O sea todo lo que tiene que ver con estudios de género, lenguaje igualitario, lenguaje inclusivo… Recuerdo que fui a dar un curso de ortografía y redacción y en este curso, cuando tocamos la parte de género yo evidentemente decía: «el masculino genérico no sé qué». Y afortunadamente tuve dos alumnas que en ese momento me dijeron: «oye pues yo no me siento identificada ahí. En un “oigan todos vamos a hacer esto” yo no me siento ahí vista, no me siento representada». Y en ese momento me hizo pensar que la realidad es esa: si yo digo todos voy a pensar en un grupo formado más por hombres. Y en realidad es una cuestión que ha sido machacada a lo largo de los años porque así nos lo enseñaron.

Enseguida van a oír a Paulina mencionar a Andrés Bello, el filólogo y humanista venezolano contemporáneo de Bolívar. Desde sus días ha pasado más de un siglo.

[Paulina] Y entonces empecé a investigar al respecto y dije bueno, claro. Por qué tendríamos que estar pensando los que nos han enseñado es lo que tiene que ser cuando la realidad ya no es la misma de la Gramática que se escribió en tiempos de Andrés Bello, o sea, ya esta vida no es la misma. Y si algo me ha enseñado lo que he vivido estos últimos años con respecto al leguaje es que justamente el lenguaje nos sirve para expresar realidad. Y hay una relación simbiótica entre el lenguaje, entre la lengua más bien y entre la realidad. Y yo necesito palabras para expresar realidad y que también esa realidad se forma a partir de las palabras.

Les propongo un ejemplo elemental y cotidiano: hoy necesitamos palabras para identificar al teléfono celular que no existía en tiempos de Andrés Bello cuando no había líneas de teléfono y mucho menos teléfonos móviles. Nuestra realidad es otra y cambiante. Ella reclama las palabras que la expresan y le dan identidad.

[Paulina] Y por ejemplo ayer estaba leyendo una entrevista que le hacen a Francisco Javier Pérez, él es el Secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española y él tenía una frase que me pareció maravillosa y que además hasta le tomé una captura de pantalla porque es precisamente esto. Le preguntan que si la lengua es un elemento excluyente y le dice:

«Las lenguas no excluyen ni incluyen, responden más bien a una capacidad de reflejar las transformaciones humanas y sociales. Las lenguas son criaturas sociales y esto las hace sensibles a las fuerzas sociales de todo tipo: si la sociedad excluye, la lengua excluirá. Si en cambio la sociedad resulta incluyente, la lengua será abierta y plural».

[Paulina] Y esto lo dice un académico, ¿me explico? Entonces hay que buscar esos referentes, porque nos quedamos con académicos como Pérez Reverte o como el director de la Real Academia Española o como esta académica mexicana que te digo que es Concepción Company, o sea, siempre estamos citando a los mismos cuando en realidad hay algunos otros académicos, que también estudian la lengua, que saben lo que es, no sé, Francisco Javier es especialista en lingüística, por ejemplo. O sea, que saben lo que es la lengua y que sí tienen una posición más abierta en lo que a la modificación de la lengua se refiere.

Para Paulina ponerse la camiseta del lenguaje igualitario significó, como significa para muchas personas entre las que me incluyo, realizar un esfuerzo diario para desmontar prácticas repetidas de manera inconsciente. Como escuchas podrán detectar la evolución de mis expresiones a lo largo de esta primera temporada, y si bien resulta imposible rehacer los capítulos, sí puedo decir cada día trato de expresarme con mejor comprensión del lenguaje y de sus alcances. Porque como señala Paulina, apelar al desdoblamiento al decir todas y todos, niñas y niños, bienvenidos y bienvenidas es evadir la reflexión, es salir de ella por la vía fácil sin obligarnos a pensar cómo podríamos caber todas las personas en una expresión que hasta el momento ha estado marcada por el masculino genérico. Apropiarse de la lucha por el uso del lenguaje igualitario requiere de reflexión, creatividad y paciencia. Algunas veces sale bien, otras no tanto, pero cada día la pregunta por lo que quiero expresar con mis palabras está más presente. Desde el primer episodio les doy la bienvenida, no digo bienvenidos, tampoco digo bienvenidas y bienvenidos. Hago un esfuerzo por incluir, por evitar las expresiones que excluyen, por emplear un idioma igualitario en el que tengan cabida todas las personas.

[Paulina] Para mi ha sido un cambio, o sea, todo el tiempo estoy consciente de cómo hablo. Antes no estaba consciente de eso porque todo el tiempo utilizaba masculino genérico y últimamente, digamos que el último año, todo el tiempo estoy consciente de cómo hablo, de qué forma puedo utilizar que no esté marcada. Y se logra, ¿me explico? No es algo que me va a salir natural, no, porque me enseñaron algo completamente opuesto. O sea, durante años me han enseñado algo completamente opuesto.

Muchas veces la mejor manera de usar el lenguaje igualitario es cuando las personas que leen o escuchan ni siquiera notan su uso. En otros casos como el de las personas no binarias hay una necesidad de ruptura, una herida que exprese con fuerza lo que hasta el momento nos ha costado tanto reconocer. Y es que usar lenguaje igualitario también nos obliga a reflexionar sobre realidades que han estado ahí por años, pero que las palabras se han empeñado en invisibilizar.

[Paulina] Por ejemplo a mi me pasaba algo con el NYTimes que teníamos que hacer escritos sobre, traducir artículos sobre personas que utilizan el «they», el pronombre «they» en singular porque no se identifican ni con el género femenino ni con el masculino y entonces cómo hacíamos nosotros para hacer una traducción de un artículo así. Y en ese momento era así como: vamos a pensar qué vamos a hacer, porque evidentemente no vamos a ponerle un «el» ni vamos a ponerle un «ella», porque justamente esta persona n se identifica con ninguna de estas dos. Y es como tan sencillo como si tu me dices que te llamas Vanessa yo te voy a decir Vanessa, no te voy a decir «oye Valeria» porque tu te llamas Vanessa. Entonces es tan sencillo como respetar que una persona quiera ser nombra de tal forma. Entonces ahí la propuesta fue utilizar «elle». Pero por ejemplo eso: yo necesitaba una palabra para expresar esa realidad porque esa realidad existe. No es algo inventado, existe y debemos de tener palabras para nombrar esa realidad, la de las personas que no se identifican con un género. Porque lo que me está dando ahorita el español, lo que yo tengo en este momento, no me sirve para nombrar esa realidad que está ahí y que existe y que necesito nombrarla.

La región de Cuyo, en Argentina, que comprende las provincias de Mendoza y San Juan fue uno de esos territorios en donde los olivos encontraron condiciones climáticas adecuadas y tierras fértiles para crecer. Sin embargo, el aislamiento de esta región y su escasa población ralentizaron el crecimiento del cultivo de olivo que hasta mediados del siglo XIX apenas abasteció el mercado local.

Ese siglo estuvo marcado por la independencia de España de muchos países de América latina, pero también tuvo como rasgo característico la masiva migración de personas procedentes de Europa al continente americano. La falta de empleo y la hambruna que vivían en sus tierras motivó a muchas de ellas a embarcarse en una aventura hacia lo desconocido con la esperanza de tener una mejor vida de este lado del Atlántico. Estados Unidos, Brasil, Argentina, Canadá, Chile y Uruguay fueron los principales receptores. Se calcula que entre 1861 y 1890 solo a la Argentina entraron alrededor de 1 millón de inmigrantes y que para 1914 la cifra superaba los 6 millones de personas que llegaron principalmente desde España, Italia, Portugal, Alemania, Rusia y Polonia.

Como a la mayoría de nosotros cuando estamos lejos de casa, la comida es una manera de evocar ese lugar que queremos y extrañamos, porque los sabores conocidos nos conectan con nuestra identidad. Así, los migrantes de origen español, italiano y portugués aumentaron la demanda de aceite de oliva, aceitunas de mesa y vino en la Argentina al punto que como la producción local no dio abasto, tuvieron que importar estos productos desde Europa. Para comienzos del siglo XX ya había estímulos de los gobiernos nacional y local para mejorar las vías de acceso a la región del Cuyo que tiene a la cordillera de los Andes como frontera occidental, pero sobre todo para masificar y tecnificar los cultivos de frutales, particularmente de viñedos y olivares que hoy son emblema de esa región austral.

En 2019 Paulina viajó a la Argentina al Congreso internacional de la lengua.

[Paulina] Y a mi me pareció impresionante que durante toda esa semana que estuvimos en el congreso no hubo una sola mesa en la que se discutiera el lenguaje igualitario. Como que las Academias dan por zanjado el tema diciendo «el masculino genérico nos representa a todos y esto es lo que hay y ya».

Acepto la invitación de Paulina para usar una oración yuxtapuesta: a ella le causó impresión que no se tratara el tema del lenguaje igualitario. Solo un escritor abordó el asunto.

[Paulina] El único que mencionó el tema del lenguaje incluyente fue el escritor mexicano Jorge Volpi. Y una de las propuestas que él hacía que a mi me pareció maravillosa era que desde que los niños están en las escuela, desde que se da la educación básica desde ese momento se debería hablar de: ah pues mira, existe el masculino genérico, pero también existe esta otra alternativa que puede ser la que sea, digamos ahorita la de elle que es la que se me ocurre, la de tener un sustantivo neutro que no esté marcado con ningún género gramatical, y que los niños y las niñas desde que están aprendiendo sepan que existe esa alternativa. Y así como tu sabes que existen las oraciones yuxtapuestas, pues las vas a usar o no las vas a usar, pero sabes que existen. Es justamente como ir cambiando eso de que el masculino genérico nos incluye a todos y ya, no vamos a salir de ahí.

[Paulina] Por ejemplo, en Argentina el uso de la «e» es ¡uso común! A nadie… o sea es que es muy impresionante… a nadie te dice «¿qué es esto?», «¿de qué me estás hablando?». O sea, la gente ya lo usa. Recuerdo que yo estuve platicando con un docente en Argentina y él me dijo: «yo ya digo mis alumnes y hablo con la e y no hay problema».

Esa nueva mirada cuestiona la posición desde la que hablamos y, en muchos casos, expone nuestra vulnerabilidad, nuestros errores y el lugar privilegiado desde donde estamos juzgando. Las mujeres y las personas no binarias hemos estado invisibilizadas en el lenguaje. Negar que esto ha sido así no salda la discusión, solo la aplaza. En cambio, aceptar este hecho nos obliga a pensar en nuevas formas de expresión que muchas veces son tan obvias que resultan incómodas, por ejemplo, el uso de declinaciones en femenino para profesiones u oficios desempeñados por mujeres.

[Paulina] Pues sí, como a lo mejor ya hay algunas recomendaciones muy puntuales que sí podemos hacer como el uso por ejemplo del femenino si corresponde usar el femenino. Todavía hay gente, que a mi me sorprende, que sigue indignándose porque decimos presidenta, porque según estas personas presidenta no existe. Pues oye, presidenta sí existe, obviamente que existe. Pero entonces usemos el femenino si corresponde el femenino. Pero incluso eso que es tan puntual y que es además tan gramático, porque simplemente es identificar si un sustantivo es común o si es variable o si es epiceno, algo que es así tan gramático y te dicen: «tu feminazi, no sé qué». Bueno, para mi el ejemplo que se me hace evidente que esto se trata de una cuestión de poder es que a tantas personas no les causa conflicto decir sirvienta, pero presidenta sí. Y ambas terminan en ente y el hecho de que terminen en ente no quiere decir que siempre vayan a tener la misa terminación. Porque si algo se aprende cuando conoces la lengua es que no puedes crear una norma inmutable en la que siempre una palabra que termine en ente va a ser un sustantivo común.

[Paulina] ¿Es querer negar, no? Pienso ahora en el caso de pilota. A mi, personalmente, pilota no es una palabra que yo diga: «¡qué bonito suena pilota!», no me gusta, me cuesta trabajo. Pero a ver: si es una palabra bien formada y es la forma en la que yo me puedo referir a una mujer que conduce un auto de carreras. Por ejemplo pienso en Tatiana Calderón, su Tatiana Calderón que es una superpilota colombiana, o pienso en las mujeres que ahora vuelan aviones y que son pilotas, creo y estoy convencida de que si yo sigo usando pilota mis hijos la van a decir, va a ser para ellos como cualquier otra palabra. No les va a resonar, no va a ser así como «híjole ¿está bien dicho?». Claro que está bien dicho, es una palabra bien formada y es el femenino para piloto. Y no existía pilota porque no había mujeres que condujeran autos y no había mujeres que pilotaran aviones, pero ahora las hay y necesitamos nombrarlas. Y entonces decir la piloto, ¿por qué?, si el femenino está ahí. Usemos esas palabras en femenino si las hay.

En las tablas de producción mundial de aceite de oliva España lleva años ocupando el primer lugar con más del 40% de total. Le siguen Italia, Grecia y Turquía, además de otros países de la cuenca mediterránea con tradición milenaria del cultivo de olivos como Siria, Túnez, Marruecos, Portugal y Chipre. A pesar del corto tiempo que llevan los cultivos de aceitunas en este lado del Atlántico, Argentina y Perú aparecen entre los veinte países del mundo con mayor producción de aceite. Es decir que Argentina necesitó un poco más de cien años de cultivo dedicado para lograr un puesto significativo en este listado.

Con el lenguaje igualitario ocurre algo parecido: bastaron pocos años de uso en las escuelas del país austral para que la gente comenzara a familiarizarse con expresiones que hace un par de décadas eran literalmente impensables.

[Paulina] Como te digo yo hasta hace pocos años también pensaba que el masculino genérico nos incluía a todos y ahora me doy cuenta de que no. De que sí oculta, de que sí invisibiliza y sí hace de que por lo menos tengamos una versión sesgada de la realidad. Entonces creo que es como te digo, como muy arcaico y muy obsoleto querer creer que lo que tenemos es lo que va a funcionar para siempre. ¡Pues no es así!

Paulina hace una invitación a reflexionar sobre el lenguaje igualitario, a que en conjunto lleguemos a acuerdos para expresarnos sin invisibilizar a otras personas. Más que desafiar a las Academias, se trata de empujarlas a tomar decisiones con mayor prontitud, porque como dice Paulina, tarde o temprano tendrán que hablar de esto. Empleamos el lenguaje para expresar lo que percibimos y lo que somos, condicionarlo a nuestros miedos y nuestros prejuicios implica ponerle límites, no solo al lenguaje, sino a lo que podemos imaginar.

[Paulina] Entonces sí creo que sobre todo el lenguaje igualitario una de las cosas que tiene es que debemos de reflexionar al respecto. En lugar de quedarnos como la Academia, así, cerrada y decir que esto es lo que hay y ya o decir que las palabras no van a cambiar la realidad que es uno de los argumentos que tiene por ejemplo la académica mexicana Concepción Company. En lugar de quedarme con eso yo prefiero decir sé que la lengua es dinámica, sé que la realidad es cambiante y sé que puedo tanto con las palabras cambiar mi realidad como con mi realidad cambiar mis palabras. Y creo que no verlo así es verlo de manera muy plana, porque no es como funciona la vida, no es como funciona la sociedad… o sea quien crea que el lenguaje y la lengua no es ideología pues está perdido en el espacio, verdaderamente.

Al final, se trata de abordar las preguntas reiteradas a lo largo de esta primera temporada de Carreta de recetas: quiénes somos y desde dónde estamos hablando.

Créditos

Este episodio está dedicado a la memoria de mi querido amigo, el enólogo argentino Mario Puchulú Giacca como buen amante de las palabras y conocedor apasionado de olivares y viñedos.

Paulina Chavira es periodista y asesora lingüística. La encuentran en Instagram y Twitter como AP CHAVIRA. La tendencia que utiliza en redes para marcar las preguntas que le hacen es numeral 117 errores.

En este episodio se escuchó una chacona interpretada por «Mar barroco» dueto integrado por el uruguayo Rafael Bonavita en la guitarra barroca y la tiorba y el colombomexicano Leopoldo Novoa en el marimbol. La pieza se usó con autorización de sus intérpretes.

La música de las cortinillas son piezas compuestas e interpretadas especialmente para Carreta de recetas por el compositor Ricardo Gallardo director artístico de Tambuco, ensamble de percusiones de México.

Ricardo Rozental es escritor y especialista en música, hace el diseño de sonido de este programa y es mi equipo de producción.

La investigación y el guion son hechos por mí, Vanessa Villegas Solórzano.

Gracias a todas las personas que hicieron posible esta primera temporada, principalmente a ustedes por escuchar, recomendar y reseñar en las distintas aplicaciones de pódcast.

Carreta de recetas es un programa de cocina, género, política y cultura. Para más recetas e historias migrantes visiten la página web Carreta de recetas punto com.

La ilustración del episodio es de la bióloga e ilustradora científica Iara Chapuis.