Transcripción del episodio 10 de Carreta de recetas pódcast. Ilustración de Iara Chapuis.

El aceite de oliva fue llamado «oro líquido» en la Grecia antigua y tal nombre obedece a una relación que sobrepasa lo alimentario. La periodista y asesora lingüística Paulina Chavira cuenta por qué dejar de pronunciar las palabras que le causaban miedo hacía que el temor que sentía quedara silenciado.

Invitada: Paulina Chavira

[Paulina Chavira] Entonces un día la editora colombiana dice: «oigan, hay que hacer este de lo beneficios de la patilla». Y yo la volteé a ver así como de: ¿la patilla? ¿el pelo que te sale al lado de la oreja? ¿Eso es la patilla?

Recetas para entender quiénes somos, para encontrarnos en las diferencias, recetas para reconocernos, recetas de una carreta que carga ingredientes, personas, migraciones. Esto es Carreta de recetas.

[Paulina] Y entonces el venezolano: «no, la patilla, la fruta». Y yo: «¿qué fruta?, ¿de qué me estás hablando?» Me dijo: «sí, la patilla». Y claro, como el venezolano llevaba ya más tiempo viviendo acá en México, él nos dijo: «pues la sandía». Y yo: «¡ah, ustedes le dicen patilla a la sandía!». Sí, ah mira.

Escucharon a Paulina Chavira, mexicana, periodista y asesora lingüística. Supe de ella a través de redes sociales y siempre me sorprendía con sus respuestas acertadas y cordiales a preguntas ortográficas que le hacía la gente sin importar el nivel de dificultad. Desde que comenzaron las cuarentenas por cuenta de la covid-19, Paulina decidió hacer sesiones en vivo desde su cuenta de Instagram para resolver dudas ortográficas. Al poco tiempo de seguir sus clases fue evidente que compartíamos una idea clara: la lengua que hablamos expresa nuestras pasiones y silencia nuestros miedos.

[Paulina] Y en ese momento te juro que así fue, así gracias a la sandía y gracias a la patilla dije: por qué estamos tratando de usar este español que nadie usa, que nadie usa para hablar, en lugar de enfocarnos como en esta riqueza que tiene nuestra lengua y ampliar nuestro vocabulario. Y decir oye, pues mira yo sí en México digo sandía, pero si algún día llego a escuchar o alguien me dice: «oye, ¿quieres patilla?», no piense, como pensé yo, que solamente es el pelo que te sale aquí en la cara.

Esto ocurrió cuando era correctora de estilo del periódico New York Times en español y en la mesa de redacción discutían la publicación de un artículo sobre los beneficios de la fruta que menciona. Su encuentro con el término «patilla» como sinónimo de «sandía» está relacionado con una aspiración que tienen los medios de comunicación: apelar al uso de un español neutro, que supuestamente sea entendible para la mayoría de hispanohablantes. Esta repentina confusión lingüística continuó hacia un feliz desenlace que, gracias a Paulina, se transformó en una estrategia para enriquecer la comunicación entre quienes hablamos español. A ella se le ocurrió que:

[Paulina] En ese momento le planteé a quien era el editor esta idea: por qué no empezamos a utilizar estas palabras que quizás son muy particulares de, a lo mejor, del español de Colombia, pero podemos hacer ahí como una combinación de modo, que quien la lea, entienda que estamos hablando de la sandía a pesar de que no lo sepa. Entonces, pues afortunadamente él me dijo: «¡pues sí, suena interesante! ¡Está bien, órale, vamos a hacerlo!». Y empezamos a hacer este tipo de artículos en los que poníamos, haz de cuenta, todas las variantes de una palabra.

La solución planteada por Paulina en lugar de abogar por un término común mal llamado «neutro» que fuera comprensible para quienes nacimos con el español como lengua materna buscaba, justamente, resaltar y reconocer la validez de diferencias léxicas regionales y de los distintos modos que usamos para expresarnos a lo largo del continente americano y en España. En estos dos episodios hablaremos de palabras, de reflexiones sobre el lenguaje y la manera en que nos comunicamos, de la importancia de nombrar las cosas correctamente y por su nombre… de pasiones, obsesiones, obstinaciones… y de coincidencias.

[Paulina] Digamos que mi vocación y lo que verdaderamente me apasiona y me emociona son las asesorías lingüísticas. Y mucha gente dirá: «¿eso qué es?». Pues básicamente es todo lo que tenga que ver con la lengua: desde corrección de textos; desde reflexionar sobre la lengua; de los usos que podemos tener; de cómo podemos repensar, quizás, la forma en que nos expresamos…  

La pasión de Paulina por el fútbol como decimos en muchos países de América latina o futbol como dicen en México, el país que suma la mayor cantidad de hispanoparlantes, viene desde muy pequeña. Tal como ocurre con su interés por la gramática y por las palabras que llevan el sonido «che».

[Paulina] Cuando era niña jugaba, tenía yo una enciclopedia de Disney, no sé por qué era la enciclopedia que había en mi casa… y entonces a mi me gustaba leerla y volver a escribirla y cambiar las palabras y corregirla si encontraba algún error. Ese era el juego que yo hacía cuando era niña, muy niña. Entonces creo que siempre me ha gustado. Y la realidad es que ya cuando me di cuenta que era mi vocación, así tal cual, fue realmente hace pocos años, fue hace unos nueve años o diez, más o menos.

Sin embargo, fue por casualidad que Paulina cayó en cuenta de que esta fascinación que sentía de niña por hacer análisis gramatical en la clase de español usando colores, era, en realidad, una vocación. A los veintiocho años una situación corriente fue el punto de quiebre que la llevó a una proyección profesional y personal que hasta el momento no había tenido en sus trabajos como periodista y relacionista pública. Presten atención y encontrarán aún más coincidencias.

[Paulina] Hice un entrenamiento, por azares de la vida, de una cuestión más psicológica que se llama la entrevista de apego adulto. Y en la entrevista de apego adulto tienes que hacer… justamente la calificación de esas entrevistas se hace con colores. Y cuando tuve que organizar otra vez mi estuche con colores, porque evidentemente yo ya no usaba colores a esas alturas de la vida, recordé que me encantaba hacer eso. Entonces fue así como un regreso así a los 28 años decir: «¡ay, a mi me gustaba mucho hacer esto!». Y siempre me ha gustado mucho la ortografía, siempre, toda la vida me gustó. Siempre he disfrutado leer, siempre me ha gustado mucho escribir, no me animo mucho a escribir y ahora me obligo a hacerlo… pero pues siempre, siempre me ha gustado mucho la lengua y claro que los últimos nueve años han sido, para mi han sido maravillosos porque han significado trabajar en algo que me apasiona, que me gusta y que además que me ha hecho aprender muchísimo. Entonces siento que esta parte de seguir aprendiendo y de saber que hay tantas cosas aun por aprender me entusiasma, o sea que digo: «¡ay qué padre, esto no se va a acabar!».

Las personas estamos hechas de palabras. El lenguaje configura el universo que conocemos, aquel que somos capaces de imaginar. El famoso ejemplo de los habitantes del norte de Canadá y el sinnúmero de términos que tienen en su lengua para nombrar al color blanco es prueba de ello, también lo es la necesidad del idioma japonés de importar una palabra del inglés para nombrar al pelo crespo o rizado, sencillamente porque en ese contexto cultural no había personas que lo tuvieran y, por lo tanto, no había necesidad de nombrarlo.

En estos dos episodios que concluyen la primera temporada de Carreta de recetas veremos cuáles son los alcances políticos y culturales de las palabras. Hoy, explorar junto a Paulina Chavira las formas en que la lengua que hablamos, lo digo nuevamente, expresa nuestras pasiones y silencia nuestros miedos serán la oportunidad para hablar de un alimento que desde la antigüedad ha sido calificado como oro líquido: el aceite de oliva.

Soy Vanessa Villegas y les doy la bienvenida a Carreta de recetas, un programa sobre cocina, género, política y cultura.

Hoy en Carreta de recetas el aceite de oliva, una asesora lingüística y existir en las palabras (primera parte).

SECCIÓN 1

El aceite de oliva da la impresión de ser lejano a la identidad cultural latinoamericana y, sin embargo, es un ingrediente que ha estado arraigado por milenios con los saberes y tradiciones de España. Pasar por alto ese vínculo poco evidente que cargamos las personas de América latina con esa herencia española implica desconocer una parte de lo que somos.

La producción de aceite de oliva en la Península ibérica data al menos del siglo XI antes de la era común, cuando el complejo entramado comercial que administraba el pueblo fenicio llevó hasta la actual España olivos para cultivo y producción de aceite. Es decir que, para la llegada de Colón a América, los españoles llevaban más de 3 mil años cultivando olivos y extrayendo el aceite de su fruto para consumirlo y comercializarlo en toda la cuenca mediterránea.

En esta primera temporada de Carreta de recetas hemos visto que buscar términos comunes e inequívocos para hablar de alimentos en los territorios de habla española es una tarea mucho más compleja de lo que alcanzamos a imaginar. La diversidad de nombres que mencioné y que ustedes me ayudaron a complementar para nombrar al plátano o a los fríjoles es muestra de eso, pues como vimos, las palabras preferidas en cada lugar están íntimamente conectadas con su historia y su conformación cultural. También en los episodios anteriores ha ido quedando en evidencia que el lenguaje configura lo que somos, lo que nos importa, lo que queremos ser y hacer. Si bien el español o castellano es una lengua heredada de los conquistadores españoles, en este lado del Atlántico se enriqueció al encontrar formas de vida, de fauna, flora que hasta la fecha carecían de expresiones en español, simplemente porque no existían en el entorno cultural de la España medieval. Al encarar nuevas realidades, nuestra lengua, o mejor, quienes la hablaban, tuvieron al menos dos alternativas: nombrar eso que sorpresivamente encontraban de este lado del Atlántico con términos en los que atisbaban similitudes como ocurrió con los vocablos fríjol o piña; o adoptar términos de lenguas indígenas como fue el caso de palabras como maní (del taíno), poroto (del quechua), tomate, aguacate o chocolate (del náhuatl) para mencionar apenas unos pocos ejemplos conocidos a los que me he referido en episodios anteriores.

Tenemos muchas palabras que provienen del náhuatl en el español de México que me gustan, «apapachar» es una de ellas, me encanta. Y ahora surgió una variante que no vendría tal cual del náhuatl pero me gusta que es «amamachar» que es como lo mismo pero con mayor intensidad. El apapachar con mayor intensidad sería el amamachar. Me gusta, por ejemplo, la palabra mezcal que también viene del náhuatl; chocolate y todas estas palabras que tienen la «che» me gustan mucho, quizás porque mi apellido es así, con che, entonces por eso me gustan las palabras que tienen che. Me gusta por ejemplo cancha que viene del quechua, me gusta mucho…

¿Qué tanto sabemos de estos préstamos que tuvo que hacer la lengua española para nombrar las nuevas realidades con las que se encontraron los conquistadores al llegar al Nuevo mundo? ¿Qué tanto se habla del origen indígena de palabras que usamos todos los días? Muy poco.

[Paulina] Claro que a mi nunca en ninguno de mis espacios educativos me enseñaron nada de náhuatl. Nada. Entonces creo que es más bien una ignorancia total y absoluta, o sea no creo que ni siquiera te den prestigio o desprestigio, simplemente es como si no estuvieran ahí y creo que es lo peor que podemos hacer: pensar que no están, que no hay presencia, que no tenemos una herencia tan cual también de las palabras de otras lenguas que no es el español en nuestros países.

Para nombrar a los árboles de olivo, sus frutos y el producto que se obtiene de ellos, los antiguos habitantes de la península ibérica también debieron tomar prestadas palabras de otras lenguas, y aclaro que todo esto no sucedió ni a un mismo tiempo ni en el mismo lugar, pues para entonces no se había configurado la lengua española. Fue un proceso de años, siglos, que terminó por arraigar los términos que hoy nos parecen propios de nuestro idioma. La palabra oliva viene del griego antiguo elaia que nombraba al árbol y a su fruto de la que también vienen el término óleo y el calificativo oleoso. Asimismo, de elaia se derivan los vocablos oil en inglés, huile en francés, olio en italiano para referirse a aceite. En español las palabras aceite y aceituna provienen del árabe az zayt y az zaytun, respectivamente. Zayt es una palabra de origen arameo para nombrar a la oliva o aceituna y en hebreo tiene el mismo significado. En portugués parecen haber condensado muy bien estas dos vertientes lingüísticas: azeite, escrito con zeta, hace referencia exclusivamente a aquel que viene de las olivas, mientras que los demás aceites vegetales o minerales se llaman olios.

La lengua que hablamos es reflejo de nuestro contexto, de nuestra historia y de nuestras proyecciones. Sin embargo, solo hacia finales del siglo XX se comenzó a cuestionar ese llamado «español correcto» que apelaba a las formas y usos de la Península ibérica y dejaba en un segundo plano a las diversas formas que nuestra lengua adquiere en América latina.

[Paulina] Y ha habido, y eso creo que esa es una cosa muy importante de saber, ha habido un cambio en cuanto a cómo se concebía el español ya desde los años noventa que se pensaba que solo el español de España era el español correcto. Entonces todos los libros de referencia que tenemos o que teníamos, eran apelando a que las formas correctas ocultas eran las formas que se utilizaban en España. Entonces justo a finales de los noventa en la Asociación de Academias de la Lengua Española y quien era el director en ese entonces de la Real Academia Española, afortunadamente se dieron cuenta de ese error que se estaba cometiendo, de tratar de imponer el español de España cuando en realidad no había ninguna razón para que esto fuera así.

Y, sin embargo, esta idea de que hay un español correcto, una lengua mejor, un español con más prestigio que otros no desapareció, por el contrario, se quedó instalada en el imaginario de quienes la empleamos, reforzando ese sistema de opresión y rechazo hacia lo diferente instaurado desde la Colonia y que privilegiaba aquello venido de Europa. Esta es una idea asociada a nociones de poder, prestigio, raza, clase social e incluso a acceso a educación superior a la que solo tenían entrada ciertos círculos y que durante años estuvo en manos de la iglesia católica que también apelaba a referentes europeos. Se ha establecido que aún hoy en entrevistas de trabajo o de ingreso a programas educativos subsisten estas nociones. Lo más probable es que si una persona aparenta conocer los usos formales de nuestro idioma, tiene mayores posibilidades de calificar, sin importar su preparación para el cargo o programa.

Paulina vuelve al caso de la redacción del New York Times en español y la reflexión que planteó para cuestionar ese español neutro que, como ella dice, nadie habla.

[Paulina] En realidad es que el español de cada país es perfecto, así como es. Mucha gente dice que el español de Colombia es el mejor… ¿según quién?, ¿en relación con qué? Pues el español de México también es muy bueno, el español de Argentina también es muy bueno y el español de Perú también es muy bueno y el de Venezuela y el de Bolivia… O sea, todos son muy buenos y ninguno es mejor que otros.

Al igual que los demás países colonialistas, España tenía la necesidad de someter a sus colonias mostrándose culturalmente superior, imponiendo sus valores por encima de aquellos de las sociedades colonizadas. El empleo de referentes europeos y blancos en lugares donde las personas no nacían ni se veían con estas características era un principio de exclusión muy elemental que se instauró de extremo a extremo del continente americano y ayudó a establecer distinciones sociales y raciales basadas en eso que se imponía como mejor por ser o por parecer europeo. De hecho, la manera de hablar español de las comunidades afrodescendientes o indígenas ha sido objeto de burla y rechazo por parte de las clases dominantes. Incluso sus acentos son calificados con adjetivos despreciables que no vale la pena mencionarlos acá. Burlas coloniales que debemos tener presentes cuando valoramos una forma de hablar distinta a la nuestra y que debería cuestionarnos: ¿califica nuestro gusto o nuestro prejuicio? En ambos casos debemos preguntarnos ¿de dónde viene el juicio? ¿Por qué lo consideramos válido?

Paulina tiene una razón muy especial para explicar su gusto por el acento colombiano.

[Paulina] No sé. Bueno, a mi me gusta mucho el acento de Colombia, mucho. La verdad es que la mayoría de los acentos, pero a mi me gusta… y nada soy así como tan básica. Me gusta porque yo fui así superfanática de «Café con aroma de mujer». La amaba, así, mal plan.

Paulina hace referencia a una telenovela colombiana de la década de los noventa, famosa en muchos lugares del mundo. Curiosamente este ejemplo es perfecto para hablar de los acentos, pues para las personas por fuera de Colombia el de la novela Café era el paradigma del acento colombiano. Y en realidad, se trataba de la impostación actoral de uno de tantos acentos que hay en el país: el de la zona cafetera o cafetalera.

[Paulina] O sea, para mi yo los oía y decía: «qué bonito hablan, me encanta como hablan». Y me encanta el acento y así. Entonces para mi es un acento que no sé, como que me gusta mucho. Pero es también aceptar al otro, como aceptar las diferencias del otro y eso nos cuesta mucho trabajo…

Eso que consideramos identidad también está constituido por los modismos y acentos regionales. ¿Por qué, entonces, calificar de buenos o malos los acentos? ¿Acaso no resulta inevitable que por ese camino lleguemos a rechazar una parte de lo que es la otra persona? ¿Desde dónde estamos juzgando eso otro como malo, feo, desagradable o como bueno, melódico y encantador? ¿Qué motiva la valoración? Se trata, como dice Paulina, de abrazar las diferencias que tenemos en lugar de señalarlas como fallas y eso, muchas veces, nos cuesta demasiado esfuerzo.

El aceite de oliva es uno de los pocos aceites vegetales que se extrae de una fruta fresca y no de una fruta cocinada, de una semilla o de un fruto seco. Las olivas, también conocidas como aceitunas son los frutos del olivo, Olea europea, arbustos muy resistentes a la sequía que se cree tuvieron origen en la región comprendida entre la antigua Persia y Mesopotamia, hoy Irán e Iraq. Se dice que al menos hace 4000 años las comunidades humanas identificaron las frutas oleosas que caían de este árbol y aprendieron no solo a recolectarlas sino a extraer su aceite triturando las frutas y luego mezclando la pasta con agua caliente lo que separaba el aceite y lo acumulaba en la superficie. De hecho, de acuerdo con investigaciones arqueológicas, el de olivo es uno de los primeros árboles frutales en ser cultivados. El ánfora más antigua para almacenar aceite de oliva de la que se tiene razón se encontró en la isla de Creta y data del año 3500 antes de la era común. Pero aclaro que todas estas fechas que acabo de mencionar están en discusión puesto que esta región es constantemente explorada en busca de vestigios arqueológicos que obligan a quienes la estudian a replantear fechas e hipótesis.

En la zona oriental del mediterráneo, especialmente en la isla de Creta, Palestina, Israel, Líbano, Siria y Jordania se ha encontrado una cantidad considerable de morteros, decantadores y vasijas que dan cuenta de la importancia del aceite de oliva para las comunidades humanas que además de usarlo como alimento, medicina y combustible para lámparas, lo empleaban en ceremonias espirituales y ofrendas. Gracias a los hallazgos, resulta claro que desde hace milenios las familias que se dedicaban al cultivo de aceitunas lograban producir excedentes de aceite de oliva que eran comercializados. El líquido era envasado en ánforas de barro que se exportaban a otros lugares principalmente a través de las redes comerciales del pueblo fenicio.

Se dice que para el año 2000 antes de la era común, la mayor parte del aceite de oliva que se consumía en Egipto llegaba de Creta y Siria, pero luego allí aprendieron a cultivar y producir su aceite, además de perfeccionar la manera de extraerlo: primero trituraban las aceitunas y luego esparcían la pasta sobre una tela que era enrollada y exprimida. Enseguida el líquido pasaba a un proceso de decantación para separar el agua del aceite que finalmente era envasado en ánforas de barro.

A lo largo de los últimos nueve años Paulina ha perfeccionado su conocimiento de la lengua española para trabajar en lo que le gusta, pero cuando le pregunté cómo había llegado a este oficio que parecía atraerle desde tan pequeña comenzaron a aparecer coincidencias para las que ni ella ni yo estábamos preparadas. Y antes de que la escuchen déjenme resaltar mi admiración y respeto por la manera en que cuenta su historia.

[Paulina] Fíjate, ya pensando en muchas cosas pues digo: «yo por qué estudié periodismo no estudié letras. Yo tendría que haber estudiado letras. Esto es una locura, en qué momento se me ocurrió estudiar periodismo». Y pues se me ocurrió básicamente porque yo estudiaba en ese entonces en el TEC de Monterrey, ahí fue donde yo hice la prepa aquí en Ciudad de México y justo cuando yo estaba en la preparatoria fue cuando me enfermé. Entonces como que en el TEC tuvieron muchas, pues muchas atenciones conmigo… pues había un elevador, me acuerdo que había un elevador en ese entonces y era así: «tu puedes usar el elevador cuando quieras». Porque al principio cuando regresé a la escuela, a la prepa, utilizaba silla de ruedas. No puedes utilizar la prótesis luego luego en cuanto te amputan la pierna. Pero la realidad es que me dio miedo, de verdad sí fue una cuestión de miedo de salirme de mi zona de confort. O sea, yo decía: «yo ya conozco el TEC, ya se cuánto me canso o no me canso de ir a la biblioteca, cuánto tiempo me toma de ir de este salón a este otro salón…». Entonces pues bueno, periodismo. Y en realidad por eso estudié periodismo. Al final, ahora como que lo veo con mucha claridad, pero que fue en realidad por eso.

Nuevamente el cáncer aparece en este programa. Ya había sido parte del episodio dos «La mantequilla, una sobreviviente y la escritura como terapia» que tiene a María Camila Dávila Bermúdez como invitada. Es una historia que me toca de manera personal, pues yo había acompañado a María Camila en el proceso para verbalizar un recuento muy similar al que narra Paulina con impresionante naturalidad: contar los pasos de un salón a otro, identificar los caminos más sencillos y con facilidades para la silla de ruedas, quedar agotada tras caminar media cuadra muy despacio, tener miedo a salirse de esa zona de relativa seguridad. Yo había acompañado el miedo, el dolor, la desesperación y la ausencia de palabras para narrar una historia que tiene al cáncer como presencia especial. Y para hacer este compilado de coincidencias aún más impresionante, para ambas mujeres se trató de un sarcoma de Ewing en la pierna derecha. En el caso de María Camila el cáncer fue detectado a los trece años, a Paulina el primer síntoma le apareció cuando tenía dieciséis. Paulina notó que algo andaba mal durante las vacaciones de verano mientras ayudaba en una farmacia que tenía su papá.

[Paulina] Y entonces yo estaba trabajando en la farmacia y los dulces estaban como en la parte baja, debajo del mostrador. Entonces me pidieron un dulce y me agaché por el dulce este y a la hora de que me agaché me empezó a doler horrible la rodilla. La verdad honestamente dije seguro me agaché mal, me lastimé y ya está. Y traía jeans entonces no me los podía subir como para saber qué me había pasado. Hasta en la noche que me los quito me doy cuenta que tengo una superbola. Así como una gran bola como en los meniscos. Esto fue en julio y hasta abril se dieron cuenta de que lo que yo tenía era cáncer.

Casi un año en procesos de diagnóstico para llegar a la respuesta que nadie quiere escuchar: tienes cáncer. Y sin embargo, a Paulina le llegaría una noticia todavía más aterradora: debían cortarle una pierna. ¿Qué significa para una persona, para una adolescente, una situación como esta?

[Paulina] No, horrible. Yo dije: «me voy a morir. Yo no quiero, me muero con mis dos piernas. ¡Qué voy a vivir así una vida con una pierna nada más!». Porque claro en ese momento, y yo creo que nos pasa a cualquier persona que hemos pasado por algo así es que yo decía: «cómo voy a poder hacer mi vida sin una pierna, voy a tener que depender siempre de alguien más. Y no me voy a casar y no voy a tener hijos y nadie va a querer estar conmigo». Entonces era así literal como la canción «todo se derrumbó». Yo decía: «No. No quiero esto. Prefiero morirme con mis dos piernas y ya».

[Paulina] Hicieron durante un mes, o sea no te quiero hacer la historia hiperlarga, pero durante un mes trataron de conservar mi pierna, o sea, la idea era salvar mi pierna, porque yo evidentemente estaba terca con que quería tener mis dos piernas. Hasta que en un momento un cirujano ajeno que no sabía nada y fue y revisó todo mi expediente y me revisó a mi, les dijo a mis papás: «honestamente esta pierna que le van a dejar a esta niña no le va a servir para nada, o sea no va a poder ni caminar con ella». Y sí, en cuanto me la cortaron empecé a subir a subir… Porque ya estaba anémica… no así ya. Ya estaba yo muy mal para el traste: tenía una infección. Así que en cuanto la cortaron empecé a mejorar y a la semana salí del hospital después de haber estado un mes ahí, a la semana salí del hospital.

Y ya que comenzamos a abordar las casualidades que se juntan en estos episodios, podría decirse que el proceso de Paulina para aceptar y verbalizar su historia también vino de la mano de eso que en español llamamos azares de la vida. Cuando Paulina terminó la carrera de periodismo comenzó a trabajar en el Diario Reforma. Estando allí la contactó su protesista, es decir, el médico que la apoyó en el proceso de adaptación a la prótesis y quien dirigió su rehabilitación. Él la recomendó para trabajar juntos en una empresa que ofrece soluciones protésicas. La idea era que Paulina viajara por todo el mundo dando su testimonio como usuaria de prótesis, una historia que todavía no había sido capaz de contarse ni siquiera a sí misma. Ya habían pasado más de 10 años desde la amputación y la recuperación del cáncer, y sin embargo Paulina no había encontrado el tiempo, ni la manera de poner en palabras lo que le había sucedido. Todavía no lo podía nombrar.

[Paulina] Pero mira, fíjate: yo ahora que ya lo veo como a la distancia y en perspectiva y todo, creo que el trabajo que tuve con Ossur para mi fue maravilloso porque fue realmente un trabajo muy terapéutico. A mi me cortaron la pierna en el 97 que era cuando tenía 17 años y trabajé en Ossur de 2005 a 2007, entonces ya habían pasado casi 10 años. Y durante esos diez años haz de cuenta que evadí el hecho de que me habían cortado una pierna… o sea, como que tenía la prótesis, pero ajá… negación total y absoluta.

SECCIÓN 2

Recetas para entender quiénes somos, para encontrarnos en las diferencias, recetas para reconocernos, recetas de una carreta que carga ingredientes, personas, migraciones. Esto es Carreta de recetas.

En la Grecia continental conocieron el aceite de oliva tras la conquista de Creta alrededor del año 2000 antes de la era común. Tan pronto llegó, este producto se abrió su lugar como parte de la dieta cotidiana, pero sus usos no se limitaban a la alimentación. Uno de los mitos fundacionales de la ciudad de Atenas cuenta que el origen del nombre de la capital de Grecia tiene a un árbol de olivo como protagonista. De acuerdo con el historiador Heródoto, Atenea, diosa de la sabiduría y Poseidón, dios de los mares, se disputaban por ser la deidad protectora de la ciudad que para entonces se llamaba Cecropia. Para resolver el asunto, Zeus, el dios máximo del Olimpo, propuso que cada uno le hiciera una ofrenda a la ciudad y que el rey Cécrope I escogería al ganador. Poseidón presentó su regalo: un manantial de agua que les permitiría a la ciudad y sus habitantes enfrentar las sequías. Los residentes no recibieron este favor con entusiasmo al darse cuenta de que se trataba de agua salada como la del mar. Atenea, por su parte, plantó una semilla en el suelo y pronto se transformó en un bello olivo cargado de frutos. Tanto los ciudadanos como el rey eligieron este obsequio que aseguraba comida, aceite y madera. La ciudad fue entonces nombrada Atenas en honor a la diosa que ofreció el mejor regalo.

Dada esta relación con la divinidad, el aceite de oliva era mucho más que un alimento: fue emblema de abundancia, gloria y paz. Pero su simbolismo no paraba allí, pues era un elemento indispensable en ofrendas, rituales, ceremonias y sepulcros.

Paulina se reconoce afortunada. Ganarle una batalla a un rival tan agresivo y despiadado como el cáncer no es poca cosa. A pesar de ello llegó a percibir al cáncer como secundario. El significado de la amputación fue tan potente en el plano personal y social que, para ella, ocupó el lugar más destacado. Quizás porque es una ausencia que no se va, por el contrario, se queda y reclama atención permanente. Una ausencia que irrumpe y exige reconocimiento.

[Paulina] Sí claro. Es que yo ahora lo pienso ya con el tiempo y es a mi en realidad con el cáncer, o sea, con el cáncer cáncer, pues me fue bien. O sea, a mi me dieron quimioterapia, terminé la quimio, estuve un año con quimio. Pero haz de cuenta que no me pasó nada, afortunadamente. Lo único queme quedó fue que ya no tengo una pierna. Pero bueno, ya, a estas alturas digo a mi me fue muy bien con todo lo demás. Igual hay mucha gente que tiene una cicatrización en el muñón malísima, entonces intentan usar la prótesis y no pueden y luego les tienen que volver a operar… o sea, es como ya un shock. Y yo ya como después de eso fue como todo muy en blandito, ¿no? No hubo ninguna consecuencia digamos de la quimioterapia… a mi no me quisieron dar radio afortunadamente, no sé pero no me quisieron dar radioterapia. Y pues eso: la cicatriz y todo. Pero dentro de todo yo afortunadísima y estoy muy agradecida por ello.

Para llegar a esta explicación que ella logra que hasta cierto punto se oiga divertida, Paulina tuvo que pasar por meses, por años de rabia y desesperanza. Fueron tiempos muy difíciles de introspección y negación antes de encontrar las palabras precisas que ahora ya le permiten tanto hablar sin miedo a reconocerse, como aceptarse en las palabras y ante el espejo.

[Paulina] Fue muy duro. Esa etapa fue pues de mucha tristeza, de mucho enojo. Estaba enojadísima con la vida. Me costaba mucho trabajo verme, me costaba mucho trabajo usar la prótesis… en ese entonces ni loca usaba una prótesis sin cubierta, o sea que fuera solamente el tubo. Yo quería una prótesis que más o menos pareciera una pierna. Entonces sí fue superduro y aprender a caminar otra vez fue durísimo. Y pues adaptarme a saber que ya no tenía una pierna. Aceptarme, también. Porque lo que te digo, durante 8 años estuve en la negación total de no pasa nada, no pasa nada. Me repitieron tanto que yo no era una pierna y en realidad es cierto, no eres una pierna… pero sí, evidentemente es muy fuerte. Es como volver a todo, a verte.

Y es que pasaron casi ocho años antes de que Paulina pudiera comenzar a poner en palabras lo que había vivido, lo que le faltaba.

[Paulina] Afortunadamente conocía mi protesista, a quien sigue siendo mi protesista hasta la fecha y yo digo siempre de broma pero también en serio que yo tengo una vida antes de Marlo y otra después de Marlo, ¿no? En cuanto lo conocí, él también tiene una visión muy diferente de las prótesis, de cómo acercarse al paciente, bueno al usuario que él dice usuario o usuaria de prótesis no tanto pensando como en paciente… pero hasta ahí: me explicó hasta el peso de las palabras.

[Paulina] Normalmente te dicen pues que es que lastima y se te ve así horrible porque es lo que hay y ya, ni modo. Y él no, él sí tiene como otra perspectiva de decirte: vamos a hacer que esto se te vea lo mejor posible y que te sientas cómoda y que además no te lastime y que tengas funcionalidad… y la verdad es que para mi sí fue un cambio así como brutal. Y a partir de que lo conocí y de que me hizo mi prótesis si hubo un cambio muy importante en mi carácter y en mi forma de ser… Y en aceptar que ahora tenía una prótesis de que nada más tengo una pierna y tengo una prótesis, y ya. Por ejemplo en un principio yo no podía decir que tenía un muñón, era una palabra que se me hacía horrible y no podía, nada más no podía. Entonces me inventé 18 nombres para mi muñón, porque no podía decirle muñón. O no podía decir que me habían amputado la pierna. Y entonces hasta el peso de las palabras en cuanto a esto, me acuerdo que lo tenía ahí en mi cabeza, pero estaba en otros problemas… en otros problemas en ese momento.

Consideren el peso que tenían las palabras en Grecia antigua. El poeta Homero llamó al aceite de oliva «oro líquido», pues para los pueblos helénicos el valor de este producto era comparable con el del metal precioso. En los Juegos Olímpicos era fundamental en varios aspectos: por una parte, los atletas ungían su piel con aceite de oliva antes de competir. Se dice que lo hacían para proteger la piel de los rayos del sol, pues participaban desnudos, pero también para que sus musculaturas lucieran brillantes y atractivas para el público. De hecho, el olor que emanaba esa mezcla de sudor y aceite de oliva era considerado atractivo y muy masculino. Finalizada la contienda los atletas se reunían para que les pasaran un utensilio especial sobre sus cuerpos. Este, al mismo tiempo que masajeaba los músculos cansados, recogía esa mezcla de sudor y aceite de oliva que quedaba en la superficie de la piel. El aceite de oliva, además, era fundamental para mantener encendida la llama olímpica, el símbolo por excelencia de los Juegos. Pero quizás el uso más significativo y que da sentido a las palabras de Homero es que los ganadores de los Juegos en lugar de medallas recibían ánforas llenas de aceite de oliva de la mejor calidad existente.

Ahora pasemos al campo de la medicina. Hipócrates nombró al aceite de oliva como el «gran sanador» asegurando que podía curar al menos 60 padecimientos distintos. De hecho, entre los usos indicados por Hipócrates, que vivió entre el siglo IV y el siglo V antes de la era común, se mencionan diversos tratamientos para aliviar problemas de las vías respiratorias como congestión nasal y molestias de la garganta. Igualmente se recetaba para sanar traumas, irritaciones y heridas en la piel, además de ser indispensable para atender problemas digestivos.

El cuerpo de Paulina había sanado las heridas físicas y se adaptaba a su nueva forma de vida. No ocurría lo mismo con su mente, que a pesar del paso de los años todavía debía abordar ese evento traumático que hasta entonces se negaba a nombrar.

[Paulina]  Yo recuerdo que al principio yo no quería hablar del tema, estaba así como: esto no pasa y esto no es problema. Cuando evidentemente sí pasa y evidentemente sí es, no sé si un problema pero sí algo que te cuestiona, que te duele, que te hace reflexionar… entonces no es como tan sencillo entrarle.

[Paulina] No. Te da miedo, te da dolor. O sea, para mi era un dolor muy grande, puede no ser para todas las personas, pero para mi era un dolor muy grande. Y no podía entender cómo tenía esa vida, a pesar de que la estaba viviendo, y cómo podía ser una buena vida. Y ahora, pues me encantaría poder llegar y acercarme a mi Ana Paulina de 17 años y decirle: «todo va a estar bien, te prometo que todo va a salir bien. Y vas a tener una vida tranquila y no vas a depender de nadie y vas a tener hijos y vas a estar con alguien más». O sea, como que esa parte que a mi me agobiaba mucho a los 17 años pues ya, ahorita es así como que entiendo, y entiendo que haya pasado por eso…

En el trabajo, Paulina viajó por el mundo sensibilizando a personal médico especializado en prótesis. Para esto resultaba indispensable que contara su experiencia como usuaria. Poco a poco Paulina se vio obligada a enfrentar eso que llevaba evadiendo por años: la imagen incompleta de sí misma que veía en el espejo, pero que se negaba a elaborar en el lenguaje. Con los días fue nombrando y volviendo palabras su realidad.

[Paulina] Y también como para digerir mi historia, porque parte de ese programa era sensibilizar a los protesistas de la importancia de hablar con, y sé que suena ilógico y suena así como lo más volado pero en realidad no pasa, de hablar con su paciente y de saber cómo se sienten y cómo ha influido a lo mejor su trabajo o su mal trabajo en la vida del paciente. Y entonces era como tratar de concientizarlos y sensibilizarlos al respecto. Y entonces claro yo tenía que ir y pararme y contar mi historia. Me acuerdo las primeras veces que me temblaba la voz así horrible de que quería soltarme a llorar, así como de «ay, no, esto no lo he superado todavía». Y como ya al final era como «pues ya, ya lo conté, ya lo saqué, ya estuvo». Por eso te digo que emocionalmente fue muy fuerte porque durante esos dos años tuve que enfrentarme a mi, a mi historia, a lo que yo era.

La continua actividad comercial en el Mediterráneo diseminó no solo el gusto por el aceite de oliva sino que expandió los territorios en donde había cultivos. Acérquense al mapa, por favor. Como lo mencioné al comienzo, se sabe que los fenicios llevaron el cultivo de olivas desde las costas orientales del Mediterráneo hasta la Península ibérica desde al menos el año 1100 antes de la era común. Sin embargo, no fue un viaje directo, pues también dejaron cultivos en el Magreb, es decir la región noroccidental de África, en las costas mediterráneas de la actual Francia, en la Península itálica, y en las islas de Córcega y Cerdeña. 

¿Me creerían si les digo que en la provincia de Castellón, en el sur de España todavía hay terruños que conservan olivos que han estado dando frutos para la producción de aceite desde comienzos del Imperio romano, es decir por unos dos mil años? En efecto, estos frutales pueden ser productivos por muchísimo tiempo hecho que refuerza la gran estima en que los diversos pueblos de la antigüedad tenían a este frutal del que, curiosamente, no debemos comer sus frutas directamente del árbol.

Paulina tiene claras sus prioridades de cara al futuro. 

[Paulina] Pues nada. Ya al final en lo único que estoy pensando ahora es en qué prótesis me voy a comprar cuando sea más viejita que ya no tenga fuerza… que me vaya llevando ahí por la vida. Y es eso también. Mi trabajo en esta empresa me ayudó a darme cuenta que también hay muchas otras alternativas… que claro, el costo es evidentemente una, digamos, una variante que define mucho. Pero bueno como alguna vez alguien me dijo, una persona que también usaba prótesis: «es como mi coche, yo pienso en esto como en lo que yo me gastaría en un coche es lo que me estoy gastando en mi prótesis» y en realidad es así.

Para Paulina es claro que ella es una persona absolutamente privilegiada que puede pensar en su futuro en medio de bromas y risas.

En la antigua Roma el aceite de oliva era un producto esencial. Una vez instaurado el Imperio en el siglo I antes de la era común, la demanda de este líquido creció de manera exponencial pues la preferencia por este ingrediente, ayudó a expandir la producción en los territorios conquistados y anexados.

Acá vuelve a ser importante la conexión con España, pues uno de los principales centros de producción de aceite para el Imperio era la provincia de Bética, en Andalucía, desde donde, con destino a Roma, se embarcaba por miles ánforas de 70 litros que eran marcadas con el nombre del lugar de procedencia, el peso del aceite y la identificación de quienes anotaron la medida. Al llegar a Roma el aceite era envasado en recipientes más pequeños y las ánforas de barro eran trasladadas hasta una zona que hoy se conoce como el Monte Testaccio en donde se partían y se acumulaban de manera ordenada. De hecho, el Monte Testaccio es una colina artificial de forma triangular ubicada dentro de las Murallas aurelianas al interior de la actual ciudad de Roma. Son 20 mil metros cúbicos de ánforas rotas que alcanzan a formar una colina de 35 metros de altura y que se dice llegó a medir 50 metros. La mayoría de ellas, alrededor del 90%, procedían de la región de Bética. Quienes hacen estudios arqueológicos en el lugar han establecido que hay por lo menos 53 millones de ánforas todas utilizadas para el transporte de aceite de oliva y en sus estimaciones mencionan seis mil millones de litros de aceite entre los siglos I y III de nuestra era. Si este volumen refleja el aceite que llegaba de una sola provincia calculen el tamaño total del negocio entre los siglos I y III de nuestra era. Este Monte sigue siendo motivo de orgullo para los locales, pues su vastedad parecería dar cuenta del poderío y gloria del Imperio que tuvo como sede a esa ciudad.

Paulina tenía la idea de que era rigurosa con la ortografía. Gracias a ello y a su experiencia en Reforma, en 2011 un gran amigo le ofreció trabajo como correctora de textos y le enseñó a hacer las marcas utilizadas en este oficio en un café en la Ciudad de México. Le gustó mucho trabajar en esto, sin embargo, cuando consultó las fuentes, se dio cuenta de su enorme desconocimiento de la lengua que era su herramienta profesional.

[Paulina] Y empecé a hacer corrección y justo en ese momento me dijo «oye, nosotros el libro de estilo que utilizamos es la Ortografía de la lengua española». Esto fue en enero de 2011 y en diciembre de 2010 se acababa de presentar la que es la versión actualizada o la versión que tenemos ahora de la Ortografía de la lengua española. Y por primera vez, a pesar que era algo que siempre me a había gustado y que me apasionaba y todo, por primera vez, abrí una Ortografía y la leí. Y cuando empecé a leerla me di cuenta de que sabía muy pocas cosas. Yo que creía que era muy buena y que conocía las normas ortográficas y demás, me di cuenta de que en realidad sabía un 10% o menos de lo que en realidad había en la Ortografía. Entonces fue para mi un momento revelador porque entonces ahí fue cuando dije: «oye, pues tengo que aprender más de esto». Y entonces eso, me aboqué a estudiar la Ortografía, me metí a cursos de corrección, empecé a leer ya mucho sobre lengua y ahí fue cuando ¡wao!, explotó todo y fue maravilloso.

En el próximo episodio con el que concluye esta primera temporada de Carreta de recetas las coincidencias seguirán siendo protagonistas. Paulina Chavira hablará sobre fútbol, perdón, ella hablará sobre futbol, nos contará de la importancia de nombrar las cosas para que expresen nuestra realidad y nos describirá una transformación personal en el tema lingüístico de la que se siente muy orgullosa. Por supuesto, el viaje del aceite de oliva a tierras americanas condimentará su relato.

Créditos

Paulina Chavira es periodista y asesora lingüística. La encuentran en Instagram y Twitter como AP CHAVIRA. La tendencia que utiliza en redes para marcar las preguntas que le hacen es numeral 117 errores.

La historia de María Camila Dávila Bermúdez a la que hice referencia en este programa está en el episodio 2 de Carreta de recetas «La mantequilla, una sobreviviente y la escritura como terapia». María Camila narró su experiencia con el cáncer en el libro titulado «En bus a Santa Marta» publicado por Caín Press.

La música de las cortinillas son piezas compuestas e interpretadas especialmente para Carreta de recetas por el compositor Ricardo Gallardo director artístico de Tambuco, ensamble de percusiones de México.

Ricardo Rozental es escritor y especialista en música, hace el diseño de sonido de este programa y es mi equipo de producción.

La investigación y el guion son hechos por mí, Vanessa Villegas Solórzano.

Carreta de recetas es un programa de cocina, género, política y cultura. Para más recetas e historias migrantes visiten la página web Carreta de recetas punto com.

La ilustración del episodio es de Iara Chapuis.